En una conversación con mi cuñada discutía de política. Me decía que el padre de un compañero suyo cordobés, hablaba del salmorejo sin pimiento. Yo reparaba que eso es imposible, que la ardoria, como lo llamamos en mi Osuna natal, es una comida de jornaleros que cuando sobraba gazpacho se le majaba el pan duro y con ello se hacía la sopa que en la zona de Antequera llaman porra. Los jornaleros, esos que según Ana Rosa Quintana no pueden representar al pueblo porque dicen «pograma» –¡menudo clasismo!– encontraban en la jarria, así es como lo llaman en La Puebla de Cazalla, el sustento con las sobras que quedaban para sus jornadas de trabajo de sol a sol.
En algún lugar escuché que es en el pueblo sevillano de Herrera donde encontramos la primera referencia histórica a este manjar tan andaluz, sin embargo observo cómo la Andalucía interior pugna por la autoría. Nadie habla de Herrera como la cuna de esta comida con pan asentao, parece que la disputa la llevan a la par el salmorejo cordobés con la porra antequerana, el resto no contamos. Todos sabemos que hablamos de lo mismo, nadie duda de su origen jornalero, en todos los lugares se hace de la misma forma... pero todos nos encargamos de marcar las diferencias que en realidad no existen.
El salmorejo hoy me recuerda a la izquierda, con mil nombres para la misma cosa, o parecidas, la izquierda que patrimonializa las ideas y los espacios, la que es incapaz de ponerse de acuerdo y que destaca las diferencias. Salmorejo, ardoria, porra, jarria... la torre de Babel donde al final ha ganado el prohibido pan tumaca.