Parece que ha llegado el matón del barrio, ése que mira de forma desafiante a todo el que le rodea queriendo demostrar quién manda. El matón del barrio tiene de provocador lo mismo que de gánster y necesita de acciones violentas, denigrar al que le rodea, mostrarse como el chulo donde implanta su miedo. Hollywood ha sido durante años la academia de millones de matones en el mundo, cientos de películas nos relataron el variado cliché del matonismo.
El tráiler que nos llega del despacho oval viene a decirnos que el matonismo impune de la ultraderecha se ha instalado como nuevo sistema. Ni el peor de los presagios de la crisis contaba con el surgimiento de la ultraderecha precisamente en Estados Unidos, del acceso al poder de las ideologías hooligans que siempre existieron, pero que siempre fueron minoría en ese país. El desprecio de Trump -y su gente- al mundo debe preocuparnos, como lo debe hacer el hecho de que sea el pueblo quien lo colocó en ese sitio con un discurso que no engañó a nadie. Trump habló de construir un muro, de expulsar a los inmigrantes, de cerrar las fronteras, de terminar con la libertad de expresión o de usar la tortura como código penal. Y la gente lo votó. Trump es un bárbaro resultado de la crisis política que emerge tras la crisis económica a la que el liberalismo nos llevó. Es un cóctel explosivo de desencanto articulado por un equipo de salvapatrias dispuestos al matonismo mundial. Y todo ocurre en un mundo sin capacidad de reacción política ante la barbarie y con el silencio de los poderes que nos trajeron hasta aquí. Mal asunto.