No tengo duda alguna de que el teléfono móvil se ha convertido en la herramienta del siglo XXI capaz de todo, una buena muestra de ello es el dato que indica que al día de hoy hay más teléfonos móviles que personas. Y cuando escribo todo... es todo. Un teléfono móvil comunica, une, informa, te saca de un apuro, tiene tantas aplicaciones que te lleva a una dirección, puedes buscar un piso, música, vídeos, mails, ver los kilómetros que corres, frecuencia cardíaca, calorías, linterna, y así podría seguir hasta que el lector se cansase.
Pero también tiene sombras que –llegado el caso- suponen más perjuicio que beneficio. No hablo ya de aplicaciones como WhatsApp, cuyos malentendidos generen controversias hasta el punto de llegar a perder sólidas amistades, o que permiten un exceso de control sobre las personas más allegadas... que también. Hablo de las nuevas tendencias que están haciendo que –incomprensiblemente- se llegue a perder la vida por un mal uso de una herramienta que bien utilizada es una auténtica revolución.
No hace mucho se informaba de cómo un selfie hacía que su autor perdiese la vida, y ya se llevan cobradas muchas de ellas; o no hace ni 48 horas se informaba de cómo una joven de 23 años comenzaba un viaje grabándose con un «¡Hola! ¿Cómo están todos, a dónde viajan?», y resultaron ser sus últimas palabras debidas a un descuido en la conducción.
Si a ello sumamos la dependencia cada vez más de un alto porcentaje sobre todo de jóvenes, cuya solución pasa ya –desgraciadamente– por profesionales, estoy en condiciones de escribir que un móvil es capaz de todo...
De nosotros depende que sea capaz de hacer todo lo bueno.
Mientras tanto, ¡sé feliz!