Viéndolas venir

Un niño no debe morir por ningún sueño

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Álvaro Romero @aromerobernal1
25 mar 2019 / 08:43 h - Actualizado: 25 mar 2019 / 08:46 h.
"Viéndolas venir"
  • Foto: EFE
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El principal sueño de un niño es seguir siendo niño, feliz, inconsciente, aunque él no lo sepa. De hecho, uno no supo lo feliz que fue durante su infancia hasta que esta no pasó. La infancia es siempre el territorio de la felicidad inalcanzable simplemente porque no podemos volver atrás, porque la vida nos empuja como un aullido interminable, que dijo Goytisolo y es verdad... Es verdad que la vida nos empuja. Y solo después de empujados, expulsados somos definitivamente conscientes de que fuimos felices. No hay felicidad como la que se mira en el retrovisor de la vida...

También es verdad que la vida nunca es nuestra del todo; es solo vida en la que nosotros nos subimos, o nos suben. Y si la vida que llamamos nuestra no lo es en rigor, menos aún lo es la de nuestros hijos, que no son nuestros hijos, como sentenció el poeta libanés Khalil Gibran, sino hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma. “Tus hijos no vienen de ti, sino a través de ti, y aunque estén contigo no te pertenecen...

De modo que si nuestra vida no es nuestra del todo ni nuestros hijos son nuestros, sino hijos de la vida que no es nuestra, ¿qué derecho tenemos nosotros a fabricar sus sueños cuando ellos, niños todavía, no saben aún que su vida no es suya de igual manera que la nuestra no es nuestra?

Ningún niño debe morir por un sueño, sobre todo porque -insisto- los niños no tienen sueños más allá de seguir siendo niños. Otra cosa es que los adultos nos apropiemos de sus supuestos sueños para moldearlos a imagen y semejanza de los nuestros, como nos apropiamos de nuestros hijos que no son nuestros y de sus vidas que tampoco lo son porque ni siquiera es nuestra esa vida que damos por nuestra.

Con esto quiero decir que ningún sueño vale una vida. Ninguno. Las tragedias, las griegas y las otras, son obras de arte, es decir, de artificio, en las que sus protagonistas dan la vida por una causa que los trasciende, una razón mayor que ellos mismos. Pero la vida de veras nunca merece subordinarse a la tragedia ni al arte ni al artificio ni a la ficción ni a la mentira ni a la muerte.

Si a un niño inconsciente de que es niño y de que la vida debe empujarlo para que siga siendo niño y feliz y vivo lo embarga cualquier sueño que ponga en peligro su vida, la responsabilidad de todos los adultos no es seguir haciéndolo soñar con su sueño, sino despertarlo hacia la vida..., hacia esa vida que hoy sigue ya imparable, indiferente a cualquier niño muerto por mucho que soñara.