Un paseo por tres galerías

la tribuna

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25 jun 2018 / 18:35 h - Actualizado: 25 jun 2018 / 19:01 h.

A la luz de la historia, del fotoperiodismo, de la propia historia de la fotografía y también y porqué no, de la psiquiatría, Endre Ernö Friedmann -el verdadero nombre de Robert Capa- (Budapest 1913-Vietnam 1954), es un personaje fascinante por ese desdoblamiento que hace de su personalidad al utilizar un pseudónimo; por compartirlo con su compañera y también fotógrafa Gerta Pohorylle, quien a su vez utilizó otro heterónimo -Gerda Taro- para sus obras; por esa atracción hacia el abismo que significa la información -en su caso gráfica y a veces textual- desde las primeras líneas de cualquier conflicto; y por todo lo que vamos a ver en esta exposición que permanecerá abierta en el Caixafórum de Sevilla hasta el 13 de mayo: el desdoblamiento que supone la ausencia de dolor (salvo muy escasas excepciones aquí), para mostrar el lado alegre de la vida, algo así como si Endre/Robert tuviese además de una doble identidad, un desdoblamiento que le hiciera -captando el lujo de los escenarios de Hollywood, los lugares de diversión de la alta y mediana burguesía internacional y los celebrities de su época- desquitarse de todo sufrimiento padecido y lo hiciera por cuestiones tan comprensibles como su propia salud mental y los breves periodos de paz en medio de los intereses geopolíticos internacionales.

Si hacemos un recuento de los conflictos que «retrató» y en consecuencia vivió, tenemos una de las versiones más espeluznantes de la Humanidad en el segundo cuarto del siglo XX, comenzando por los que se originaron en su Hungría natal con el ascenso de la dictadura de extrema derecha, motivo por el cual debe abandonar en 1931 su ciudad natal -Budapest- originando con esto su primer exilio a Berlín; y con una nueva huida esta vez hacia París, tras atisbar los horrores del nazismo en Alemania.

Pero es ahí, en Berlín y por influencia de Gerta/Gerda, a la que conoce allí y se hace su compañero, donde precisamente se inicia en la fotografía, decantándose por la más temeraria de todas: el fotorreporterismo de guerra, cubriendo en primer lugar la Civil española; la guerra chino-japonesa: las grandes batallas llenas de heridos, cadáveres mutilados, ciudades enteras arrasadas de la Segunda Guerra Mundial; la árabe-israelí y quinta, y en la que falleció: la de Indochina.

De todo ello nos dejó los que son los máximos exponentes del siglo XX: Sus fotos de la Liberación de París, del Día D en el Desembarco de Normandía, de los milicianos de la Guerra Civil española, del nacimiento traumático de Israel, y de los soldados, armamentos y paisajes de Vietnam, donde una mina antipersona acabó con su vida a los 40 años de edad.

De nada de esto o sólo de pasada afortunadamente versa esta exposición, que se detiene en captar al «otro Capa», al de los momentos de paz, al de los años dorados del cine, al que capta al pintor más universal entonces como era Picasso, en los escritores, actores y directores de cine míticos como Ernest Hemingway, Truman Capote, John Ford, Orson Welles, Roberto Rosellini, Humphrey Bogart, Ava Gardner, Capucine, Ingrid Bergman...un mundo dorado, un espejismo ajeno al sufrimiento de las víctimas, refugiados, inmigrantes...

Si he de ser sincera, nunca he tenido claro a los fotoperiodistas que dieron su vida por causas justas, por cumplir su deber profesional, humano y humanitario, y por eso me debato entre su radicalidad y su compromiso ético, y si la fotografía entonces no es sino el resultado de ese ansia por denunciar toda injusticia. Intentando ahora comprenderle, me pareció desde sus principios alguien que por razones desconocidas (esa predisposición bioquímica de la que hablan los neurólogos y que controla o no el miedo), le condujo a esa labor de mesianismo que le hizo llegar a sus últimas consecuencias. Pero ¿qué esperar de un judío de izquierda en un mundo convulso en donde se hace activista en primera persona? Después, lo consideré un kamikaze. ¿Por qué tanto él como su compañera optaron por situarse en una posición tan extrema? Lamentablemente el mundo ahora y antes, exige unos mártires que con la palabra, la imagen, una cámara o bolígrafo y papel, muestren al mundo el sufrimiento que padecen otros hombres y mujeres o países enteros. La guerra, las catástrofes, requieren de estos seres extraordinarios para los que su vida no vale nada al lado de lo que denuncian.

Los fotoperiodistas de guerra son gente especial, una mezcla de valentía, espíritu romántico, solidaridad, empatía, inconsciencia, atracción x el riesgo, algo de ese instinto de superación, de creer q van a ser capaces de cumplir su «misión» y salir sanos y salvos. Por otra parte, son los destinados a portar en su mano la antorcha que ilumina al mundo, la Justicia, la Verdad, la denuncia de los crímenes contra cualquier tipo de impunidad. Unos héroes o en cualquier caso referentes éticos de la sociedad.

La exposición versa de sus fotos en color, de la alegría de vivir, del mundo del lujo, la paz, la otra parte de la humanidad y de la vida. ¿Por qué optó por cubrir las guerras? Está claro que deben de existir personalidades como la suya, capaces de mostrarnos precisamente la cara oscura de nosotros mismos.

Me pregunto cómo lo han hecho antes que yo muchísimas personas, que si este tipo de fotografía es arte al margen de sus valores documentales, si su verdadero sitio es un archivo y no un museo que condiciona nuestra mirada hacia el primero de los aspectos, sin q esto no quiera decir que él sea también un artista excepcional q ha tenido en cuenta encuadres, perspectivas, puntos de vista con la imagen que quiere tener. Evidentemente la urgencia de un combate, de los fuegos cruzados, del paso acelerado de tropas, armamento pesado, ataques simultáneos, explosiones de bombas y disparos en directo, no permitirían en principio hacer todo este tipo de consideraciones a no ser q se tenga la vista muy entrenada en el objetivo y bastante rapidez con el obturador. Sus imágenes de guerra impresionan porque a pesar de todo eso, la metralla se huele, el estruendo se siente, la muerte se registra en primer plano.

Me pregunto también qué clase de personalidad hay que tener para ponerse delante de un ejército en ataque.

Me pregunto si el arte debe estar al servicio del poder o a la contra y si el fotógrafo en un caso como el suyo, no es otra cosa que un político que se enfrenta a otro, un contrapoder mucho mayor que al que se enfrenta.

Me pregunto si una imagen como las suyas puede cambiar el mundo, si en verdad lo ha hecho. Indiscutiblemente sin ellas no conoceríamos el otro lado de la historia, y aunque fueran y sigan siendo símbolos del horror, lamentablemente no hay nada más que abrir cualquier periódico cada día.

Pero volvamos al color, a esa felicidad que nos transmiten las estaciones de esquí, los hipódromos, las fiestas, los descansos de los rodajes, las ciudades, las mujeres y hombres elegantes y bellos, los paisajes de todas las ciudades en las que vivió, los campos de arroz y las montañas.

Una fotografía como la suya, hace inmortal lo que capta. También a su autor que vivirá siempre en el imaginario de todos los que se acerquen a verla o a leer sus libros autobiográficos, en dónde y cómo no, el humor frente a la adversidad se superpone.

No he querido entrar en cuestiones técnicas, estilos, tipos de cámara -solía llevar 2: una para blanco y negro y a parir de 1938, en que se inicia, otra para el color. He querido centrarme en uno de los pioneros de la fotografía en color, uno de los fundadores de la Agencia Magnum, pero sobre todo en ese hombre y en sus circunstancias, que una vez quiso llamarse Robert Capa

Traigo para el comentario de esta semana las exposiciones de José Mª Báez, Paco Cuadrado y Juan José Fuentes, que se exponen en las galerías de Rafael Ortiz/Rosalía Benítez (llamada con el nombre de él), de Miguel Romero y Mercedes Muro (llamada Birimbao), y la de Félix Gómez (que se corresponde con su nombre).

Estos galeristas, como los otros profesionales que se dedican al arte en la Edad del Precariato en la que nos encontramos, merecerían muchos más comentarios de los que hago ahora, que me centro en unos autores nada más alejados en sus conceptos sobre la pintura, en su cronología generacional y en experiencias vitales, que traigo aquí por contraste y sólo por la coincidencia de trendas monografías en el tiempo, aunque lamentablemente uno de ellos ya no se encuentre entre nosotros. Monográficas en el sentido de que se han seleccionado las obras en función de temática o técnica, que en el caso de Báez se centra en las composiciones geométricas, en el de Cuadrado en acuarelas florales y en el de Juanjo Fuentes en una especie de antológica que recoge diferentes técnicas y épocas.

Antes de pasar a comentar lo que se muestra en ellas, habría que considerar (en general esto habría que hacerlo siempre), la biografía de los artistas y tener en la memoria o a la vista –si bien no exactamente su Currículum Vitae– sí un recordatorio de lo que han hecho/sido desde sus comienzos profesionales. Porque la pregunta que me hago muchas veces y que traslado ahora a quien la lea es ¿qué es lo que hay en realidad detrás de cada obra?, ¿cuánto de investigación hasta llegar a ese gesto o forma que se quiere representar? Pero también, ¿cuánto de la infancia, de la juventud, de la plenitud de la vida o de la madurez se encuentra en aquella que se realiza en un presente?, ¿cuánto –y no necesariamente tiene por qué ser así siempre– hay de ideología, carácter, cuestiones colaterales al hecho físico de crear?, y aunque para esto haya que partir por principios éticos del respeto al artista, más aún si ha hecho declaraciones que pueden considerarse públicas. Muchas veces agradecería saber más del autor y no sólo de las obras que tenemos por delante, porque ellas, no salen de la nada ni desde el punto de vista creativo, ni desde el emocional, racional, intelectual, visceral,... ni desde los tantísimos aspectos que hacen que una idea se materialice.

A la hora de asistir a ese acto de comunicación que supone entrar en cualquier lugar dedicado a celebrar lo que sigue siendo ese algo tan profundo que se llama arte, conviene tener en cuenta no sólo lo que estamos viendo, sino todo lo que hay detrás además de la formación de los artistas, sino otras cosas como pueden ser los orígenes familiares, el lugar donde viven, las posibilidades económicas con las que contaron o el devenir que cada quien ha podido tener en su vida.

José Mª Báez (Jerez de la Fra. 1949) que se inicia en la figuración, llega en esta muestra a lo que puede incluirse dentro del organicismo (que ya había desarrollado en diferentes momentos de su trayectoria), después de haber pasado por una labor de calígrafo reinterpretando las letras capitales del alfabeto latino traspasado en el Renacimiento, e integrándolas en un nuevo tipo o fuente diseñada por él mismo. Puede que por todo eso lo que ahora nos presenta no es otra cosa que una síntesis de todo lo aprendido y vivido en esa búsqueda por ser él, tener su propia dicción, convirtiendo su expresionismo de talante casi fauvista–expresionista y su caligrafía canónica, en una serie de composiciones abstractas y geométricas, equilibrios rítmicos y de color matizado y contrastado en una especie de filacterias que pueden disponerse adosados en las paredes dejando estas como fondo, o bien enmarcados a la manera de collages, situación que cambia el mensaje por completo porque entonces existiría un predominio de libertad de la forma, frente al corsé del marco como elección entre la ocupación del espacio y su ausencia.

Lamentablemente Paco Cuadrado (Sevilla 1939–2017) ya no está entre nosotros y es la estela o recuerdo de su obra los que lo trascienden, pero en su caso hay que considerar sus circunstancias vitales, explicadas una y otra vez por él mismo a través de todos los medios de su alcance, acerca de su militancia política, su lucha antifranquista y su compromiso social. Por eso esta exposición que no supone un homenaje (aunque en el fondo lo sea) porque ya estaba programada de antemano, representa su síntesis final, el camino que después de atravesar los diferentes realismos –entre ellos y desde luego e importantísimo en su vida y en su obra, el social– desemboca en un lirismo casi evanescente, en un ambiente que refleja la que era su cotidianidad: su huerta, flores, jardín, el mundo íntimo de su estudio, de su vida al lado de Mª Paz, su mujer, amiga, ahora guardiana de su memoria y por siempre, su compañera.

Para quienes hayan ido conociendo sus trayectorias desde que comenzaron a exponer –mediados de los 60 Cuadrado– y fines de los 70/mediados de los 80 Báez y Fuentes, sabrán de su fidelidad a estos tres galeristas o de estos tres galeristas a ellos, ya que dado a como está el patio artístico, son estos también los que se exponen. También sabrán de los cambios bruscos o sutiles que han ido registrando cada uno: más ambivalente, diverso y rico en cuanto a temas en José Mª Báez; más gradual desde el realismo expresionista, la densidad matérica de sus grandes formatos y rasgos hasta llegar a estas últimas y poéticas acuarelas, de Paco Cuadrado. Poesía y literatura gestual que también está en el fondo de algunos dibujos, pinturas al agua y grabados de Fuentes.

Volviendo al principio: nada más alejados los planteamientos de cada uno partiendo del mismo hecho de pintar: en vertical (Cuadrado) u horizontal (Báez y Fuentes). Nada más lejos porque interpretan cada uno a su manera las leyes de la forma, luz, color, equilibrio; aspectos fundamentales para Cuadrado, completamente prescindibles para Báez sin que pierda ese sentido de la armonía, y rotas por completo o desestructuradas para Fuentes. También por la elección de las tijeras como instrumento ahora (Báez), del pincel (Cuadrado), o de los materiales y técnicas más diversas en el caso de Fuentes. Tampoco por esa elección del arte entendido esto como una necesidad (in)voluntaria de crear, o de que este actúe (además) como activismo ideológico, base fundamental que sustentó la carrera profesional de Cuadrado dándonos un ejemplo de libertad de arte y de vida.