Un siglo de Gloria

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Álvaro Romero @aromerobernal1
20 mar 2017 / 22:51 h - Actualizado: 21 mar 2017 / 07:15 h.
"Viéndolas venir"

La gloria les llega a ciertos poetas muy después de muertos. Para los creyentes es lo más natural, pero hay otros que ni creen ni descreen, ni mueren ni viven, sino que van hilando fino –sonoro verso bajo pecho inquieto– sobre una vida burda que intenta aplastarlos, solo lo intenta –saben que Dios ahoga pero no aprieta–, y en tales casos esa gloria, aunque justa, nos revela la injusticia de tanta tardanza. Y no por el evidente merecimiento de esa gloria en vida –algunas la llevan ya en su nombre–, sino porque hay Glorias que de haber sido muchísimo más leídas –comprendidas– hubieran transformado el mundo antes de que hubiera sido demasiado tarde. Al menos a esta Gloria en la que todos pensamos le dieron sus minutos en la tele, y aunque vino a hablar de las cosas más importantes del mundo, tuvo que traducirlo todo a nuestro lenguaje de niños, en clave de globo.

El año que nació Gloria publicaba Ramón sus Greguerías –ella haría más tarde Glorierías–, y aunque en su barrio madrileño apenas se hablaba de la guerra mundial, cuando decidió ser poeta ya teníamos guerra propia, y ella sin madre, cuando más falta le hacía, como habría de recordar en esos versos suyos que fueron evolucionando del surrealismo de Ory al compromiso de Otero, del existencialismo doliente al panteísmo redentor a través de la palabra.

Ahora que celebramos cien años de Gloria, ahora que recitamos sus fuertes versos de toda la vida, descubrimos que en ellos estaba todo: la soledad espantada por las canciones, el desamor sacudido por la alegría de subir al metro, el temor a Dios tornado conversación, la preocupación medioambiental en animalitos rimados, la libertad camuflada en encabalgamientos. Si entonces por Madrid, o por Sevilla, mientras aterriza la primavera, como hoy, hubiera aterrizado también el autobús de los godos, obligándonos a la fe de que los niños tienen esto y las niñas lo otro, estoy seguro de que Gloria les hubiera enseñado –descarada y profeta– su corbata. ~