¿Una balsa de piedra flota?

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Álvaro Romero @aromerobernal1
16 oct 2017 / 20:39 h - Actualizado: 16 oct 2017 / 20:40 h.

El año 1986 fue un año raro. Pero el monotema que a todos nos asola me lo ha traído al sentido, como dicen los viejos, que no a la memoria, pues mis siete años de entonces no daban para confeccionar ningún banco de recuerdos internacionales. Aquel año raro ingresó un dibujante catalán en la Real Academia Española de la Lengua, Antonio Mingote, y aquella rareza prologó todas las demás. Fue el mismo año raro en que al Gobierno español se le ocurrió hacer un referéndum no para ver si los españoles queríamos ingresar en la OTAN, adonde nos habían ingresado sin consultarnos nada cuatro años antes, sino para preguntarnos si queríamos quedarnos o no, con una súper campaña por el sí orquestada por el PSOE, aquel partido tan predestinado al cambio –quién te ha visto y quién te ve– que tanto había luchado por el no mientras era oposición. Las vueltas que el mundo da. Y los intereses, que dan más vueltas aún.

Aquel rarísimo año de 1986, precisamente cuando España y Portugal ingresaban en la Unión Europea, publicó el portugués José Saramago La balsa de piedra, una ficción sobre la posibilidad de que la Península Ibérica se desgajara del continente europeo por una grieta abierta en los Pirineos. La novela aventuraba lo que pasaba con aquella península a la deriva, como si la piedra flotara, más o menos lo que imaginaban tantos independentistas catalanes si su supuesto país se desgajara del resto de España tras otro referéndum solo en su propio lado... Dos semanas después de la ficción, los catalanes comprueban con recelo si la piedra puede flotar, pese a ellos, sobre todo si medio millar de las empresas más gordas, con todos sus doblones, dan el salto en un abrir y cerrar de ojos a la piedra que sigue sin moverse, mientras los ideólogos de la novela plagiada a Saramago no dicen ni que sí ni que no, sino todo lo contrario.