Vive peleando contra el destino en el centro del pueblo que vio nacer al gladiador Espartaco y ese aire fresco de la cornisa parece rejuvenecer sus talentos. Aquel niño cofrade de las entrañas de la Calzá, a quien le corren por las venas las aceras de la calle Oriente y el alquitrán nuevo de San Benito, puso distancia entre su ritmo vital y la ciudad que ama para divisarla desde lo alto, en la corona del Aljarafe en la que crece el olivo y se fragua el aroma del mosto de siempre.
Pascual González sigue soñando, escribiendo y haciendo posible que las locuras tomen forma. Innovando, cantando para los adentros porque hacia fuera no puede. Sigue adelante el tratamiento y la esperanza. Y la lucha. Las cuerdas vocales no están afinadas pero el corazón suena a gloria bendita. Mi amigo habla en silencio, pero yo puedo escucharle. Ninguna enfermedad es capaz de hundir el caudal que asoma por esa fuente, agua tantas veces fresca que jamás dejó de aportar torrentes nuevos al mar de la música.
A Pascual González le debemos muchas cosas. Todos los sevillanos. Entre ellas un pregón de la Semana Santa que posiblemente ya no dará. Para él era importante. Ha ocurrido en otras ocasiones. Sevilla se perderá un pregón que debería escuchar. Cuando se reciben argumentos que van desde los estados civiles que ha vivido Pascual hasta su aspecto físico (el famoso pelo largo o coleta), pasando por su condición de artista, uno no tiene más remedio que recordar que las mismas personas que esgrimen estas explicaciones permiten después que nuestras imágenes sean acompañadas, custodiadas y expuestas al culto por personas ateas confesas o simplemente aficionadas a las actividades paralelas, especialmente callejeras, de las hermandades de Sevilla. ¿Un artista? ¿Tengo que recordar que el año pasado el pregón lo dio un artista y todavía estamos dándonos abrazos como locos?
Las dudas sobre la conveniencia moral o ética que planeó siempre sobre la cabeza de Pascual González son aplicables a muchos pregoneros que ocuparon el atril para anunciar nuestra Semana Santa. Y ese atril es hoy una cornada en el pecho de mi amigo. No entiendo del todo que suponga tanto quebranto, pero su corazón no acepta lo que a todas luces parece una injusticia.
Vive en el Aljarafe y sigue creando, escribiendo para que los demás nos enamoremos. De Sevilla, de sus mujeres bonitas, de la orilla del río y del cielo azul que pone marco a esta ciudad capaz de ponerse a llorar escuchando las letras de Pascual González hasta gastar todas las lágrimas, para después no permitir que le grite al mundo ese amor. Mi amigo tiene una herida en el alma.