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Viéndolas venir

Una hipoteca de 20 euritos por asesinar

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Álvaro Romero @aromerobernal1
04 abr 2019 / 08:13 h - Actualizado: 04 abr 2019 / 08:15 h.
"Viéndolas venir"
  • Miguel Carcaño (3d). EFE/ Javier Cebollada
    Miguel Carcaño (3d). EFE/ Javier Cebollada

Existe una descompensación, una asimetría, un abismo insoportable entre la maldad absoluta de los malvados y la imaginación insuficiente de quienes han de plantear un castigo.

Hablo de los malvados de veras, de quienes maquinan antes de asesinar y después de asesinar y después de esconder a la persona asesinada y después de maquinar un discurso sobre el asesinato y después de modificarlo setenta veces siete hasta reírse del cadáver y del padre y de la madre y de las hermanas y de los abuelos del cadáver y de toda la ciudad donde vivía el cadáver antes de serlo, escondido, desaparecido, eliminado quién sabe dónde, y de todo el país de esa ciudad indignada por el cadáver invisible, inencontrable, inexplicable, incomprensiblemente convertido en cadáver cuando era -antes de tanta mentira y tanta burla y tanto retorcimiento de la maldad a fuego lento, tras semanas, meses, primaveras, veranos, largos inviernos, años, décadas- una muchacha, una niña entonces, que daba gloria verla y que se llamaba Marta y que luego, después de tanto para nada, se ha convertido en un icono de la impotencia irredenta contra los malvados condenados a no enfrentarse jamás a un castigo –podríamos llamarlo venganza- a su altura, su nivel, su rango, su escala de ignominia sin conciencia en su pétrea condición de eternamente malvados por los siglos de los siglos aunque nos resistamos eternamente a decir amén.

Ante tamaña maldad en espiral horadando la vida de unos padres que, como todas las vidas, se va apagando, acabando, consumiendo..., parecía no existir, en efecto, una imaginación que hilvanase las costuras de un posible castigo proporcional.

No me refiero ya a la Justicia, así con mayúsculas y con toda la frialdad de un código civil o penal abierto de par en par, impasible con sus páginas amarillentas y cargadas de paciencia con los malvados a los que siempre condenan a veinte años o así, o a miles de millones de años que se terminan convirtiendo en realidad en veinte años o así, no más, con su tercer grado y sus rebajas. No. Me refiero incluso a esa imaginación popular y desquiciada de las barras de los bares, esa imaginación vengativa y creativa que propone mil y una formas de intentar devolver tanto sufrimiento con la saña del ojo por ojo... Y es verdad, esa imaginación, en los altos tribunales o en la calle, sencillamente no existe. Siempre es insuficientemente maliciosa, ridículamente bruta, piadosamente breve.

Por el contrario, lo que sí existe es la imaginación que reproduce la propia maldad en los capullos florecientes de su propia paciencia retorcida después de tantos años de silencio en la comodidad de la cárcel. Esa imaginación sí existe, y serpea pringosa por los vericuetos del derecho, que asfixian la vida siempre finita, acabable, tan corta, de quienes esperan una migaja de justicia, así simplemente con minúscula.

Ayer la conocimos. ¿Y si esa ridiculez, esa nueva burla oficialista de que el asesino confeso y reidor tenga que pagarle a la familia de la asesinada 340.000 euritos como indemnización la pagase a razón de 20 euritos al mes, como uno de esos antiguos alquileres, como una hipoteca simbólica, como una dita pueblerina y entrañable? ¿A alguien, desde este lado de la venganza siempre insuficiente, se le habría ocurrido un retorcimiento de la burla mayor?

Y no estamos imaginando nada, sino refiriendo titulares de telediario.