Una mosqueta

Image
Álvaro Romero @aromerobernal1
18 may 2019 / 10:35 h - Actualizado: 18 may 2019 / 11:09 h.
"Viéndolas venir"
  • Una mosqueta

No es que uno pretenda hacer ahora un serial de metáforas que perviven en Andalucía, pero es que las metáforas o el lenguaje creativo que germina solo entre las raíces del pueblo, como crecen solas las margaritas y otras flores silvestres, me salen al paso. Anoche le salió a mi hija una mosqueta. “¡La mosqueta!”, gritó ella en medio de la noche. Y en efecto me la encontré hecha un Cristo (ya empezamos) al encender la luz, con la cara y el cuello ensangrentados y el asombro de que la sangre sea tan escandalosa. Enseguida le lavé tanto rojo encendido y le taponé la nariz con agua oxigenada. Las sábanas para la lavadora. Y la madrugada recuperó su paz.

La mosqueta, procedente del latín muscus, que quiere decir almizcle, germinó como tal en catalán y no tanto en castellano. Consiguió finalmente definir una variedad del rosal con tallos flexibles. Incluso la palabra almizcle viene del árabe hispánico, almísk, y este del árabe clásico, misk, y este a su vez del persa, musk, que tanto se parece al latino muscus y a nuestra mosqueta... Pero lo admirable es que almizcle es el nombre con que se conoció al principio a un perfume obtenido a partir de una sustancia de fuerte olor segregada por una glándula de un ciervo, el llamado almizclero... Y más sorprendente aún que, solo en Andalucía, herederos de tantas palabras y conceptos enredados en el ramaje salomónico de la memoria colectiva, hayamos bautizado a una simple hemorragia nasal con ese vocablo, mosqueta, que nos vuelve a mezclar la imagen de un rosal abierto en medio de la cara, como yo me encontré anoche a mi hija, o saliéndole de la nariz, y esa sustancia entre roja y marrón que tanto olía al que llamaban almizcle... No me dirán que la capacidad creativa del ser andaluz no ha sido admirable.

El nunca valorado del todo Fernando Quiñones, un genio chiclanero del lenguaje andaluz catapultado a la gran literatura, quedó finalista del Premio Planeta el año que yo nací con una novela titulada Las mil noches de Hortensia Romero. Y ahí puede leerse: “Le dieron un paliza que llegó destrozaíta y llorando, y le hicieron hasta la mosqueta, ¡toma, por maricón! A ver si no hay que ser cabrones y cobardes: entre tres”.

Yo me recuerdo a mí mismo con la mosqueta invadiéndome la cara, incontrolable y desmelenada, en aquellos años en que mi peor pesadilla era que me saliese la mosqueta en un lugar público, como de hecho me ocurrió más de una vez... Antes de descubrir el poder controlador del agua oxigenada, no sé por qué los mayores le concedían tantos poderes al vinagre, que sin embargo nunca hizo nada, salvo apestarme como a un borracho. Te salía la mosqueta y enseguida aparecía tu abuela con un pañuelo bien empapado en vinagre, para que te taponaras la nariz y el rosal mosqueta de tu cara se diluyera con olor a bodega rancia... “Empina el brazo derecho, así”, te decía alguien, y tú le hacías caso y te daban arcadas porque se te mezclaban en la garganta la sangre, el vinagre y los mocos que nunca faltaban...

¡Ay, Dios, las mosquetas de antes! Y que todo fuera tan simple como un algodón con agua oxigenada. Y que todo fuera tan bello como una metáfora.