Verano sangriento

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20 jun 2017 / 18:15 h - Actualizado: 21 jun 2017 / 11:03 h.

Los hombres mayores se habían marchado a Linares en aquella tarde plomiza que despedía agosto. El atractivo del cartel era indudable: Gitanillo de Triana abría plaza a la figura más grande de aquel tiempo y de todos los tiempos y a un descarado paladín –Luis Miguel Dominguín– con ínfulas y capacidad de primera figura. Las mujeres y la chiquillería se quedaron en la huerta familiar –alberca, cal y jazmín– encarando el final del veraneo de toda la prole. El niño que fue aún recuerda nítidamente las palabras de su padre a la vuelta de la excursión: «Un toro ha matado a Manolete». El torero aún agonizaba en el hospital de los marqueses de Linares pero no alcanzó la amanecida.

Pasaron 37 años. El chaval que aprendió que los toreros mueren de verdad ya había estrenado la cuarentena. Había convertido esa breve huerta de olivos y naranjos en el hogar de su propia familia. A septiembre sólo le quedaban cuatro días y la cena se acompañaba de cualquier programa televisivo de circunstancias. Una llamada obligó a poner la radio: «Francisco Rivera Paquirri ha ingresado cadáver en el Hospital Militar de Córdoba...».

Otro niño de doce años selló aquella noche su afición mientras contemplaba a su madre llorar desconsoladamente. Un año después caería Yiyo en Colmenar Viejo pero entonces no podía imaginar que acabaría contándoles en este periódico que algunos hombres se visten de héroes al atardecer. La muerte de Fandiño vuelve a mezclar el sudor y la sangre de este verano espeso. Y la fiesta, pese a quien pese, continuará.