Vida en el Santo Sepulcro

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21 ene 2017 / 20:51 h - Actualizado: 21 ene 2017 / 21:08 h.
"Cofradías"

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Eran las seis de la mañana cuando, tras un compás de nervios e ilusiones, entrábamos unas pocas personas dentro del Santo Sepulcro. Bajé la cabeza, entraba en la capilla del Ángel y tres velas nos encontraban en la oscuridad. Justo delante, el sepulcro. Volver a bajar la cabeza y de frente a la piedra marmórea, celebrar misa. Silencio. Un olor a nardo y a rosa, un instante increíble de más de dos mil años en unos pocos minutos. Los sacerdotes revestidos siguen con la misa y cada uno de nosotros ha puesto un rosario, una estampa, algo de valor para volver con un elemento de fe, algo que tocar cuando las cosas se ponen difíciles y hay que agarrarse a Cristo. Irremediablemente te sientes privilegiado. «Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravilloso. No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos», decía San Josemaría Escrivá en Es Cristo que pasa. Quien piense que allí se llora, se equivoca. La alegría de la Resurrección nos llena de sensaciones que nunca habíamos conocido. Paz, alimento, luz, energía, sosiego, fe, ganas, fuerza, espíritu, calor, cercanía y algunas cosas más. Es lo que sentí. Pasaron por delante de mí todos esos momentos, todas esas ocasiones en las que tuve que estar con Él para no desistir, donde como Tomás, toqué sus llagas para entender que es un Dios que no abandona y que nos procura lo necesario, siempre para nuestro bien. En el Santo Sepulcro, Javier y Miguel Ángel, Moisés y Pedro, Rogelio y Myriam y un servidor, fuimos uno. Rezar el padrenuestro, darse la paz o rezar en aquel lugar, son una de las cosas más bonitas que nos van a pasar en la vida. Esa vida que hay en el Santo Sepulcro. Porque aunque haya prisa en la visita, aunque tengas treinta segundos para rezar y haya que esperar cola, la vida es un premio que nació allí y que siempre estará allí. No hay nada imposible para Dios, eso nos ha enseñado en este viaje a Tierra Santa. La vida de Cristo se multiplica una y otra vez en cada uno de nosotros. Nosotros, mensajeros del Maestro, hemos tocado y sentido, como lo hiciera el ciego, la paralítico o el desvalido. Nosotros, la Iglesia, tomamos la bandera de la vida. Vida que desprende luz en la oscuridad, verdad permanente más fuerte que todo lo creado y esperanza eterna de cuantas cosas nos ocurran. Dios vive allí y en tu corazón. La vida del Santo Sepulcro te marca para siempre. Es el Dios de los vivos. ~