Pasa la vida

Volver a la Luna pero con la bandera de la Tierra

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
21 jul 2019 / 11:18 h - Actualizado: 21 jul 2019 / 11:20 h.
"Pasa la vida"
  • Volver a la Luna pero con la bandera de la Tierra

La proeza de la primera misión espacial con astronautas en la Luna, un hito que en buena medida despertó entre los seres humanos sentimientos de fraternidad mientras se emocionaban ante los televisores, mantiene con fuerza en el imaginario colectivo dos escenas emblemáticas que son las dos caras contrapuestas de la Misión Apolo. Por un lado, cuando Armstrong baja la escalerilla tras el alunizaje y dice: “Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la Humanidad”. Por otro, cuando Aldrin y él colocan la bandera de Estados Unidos. Que en el subconsciente colectivo era una escena que tenía la consideración de conquista por parte de un solo país, y remitía a mil y una colonizaciones terrestres en siglos precedentes, e incluso a la famosa foto de la plantación de la bandera en la colina de la isla japonesa de Iwo Jima durante la Segunda Guerra Mundial.

En el contexto de 'guerra fría' por el que EEUU y la URSS se plantearon hace medio siglo los avances en el espacio como una lucha incruenta por demostrar qué modelo de sociedad era mejor y más avanzado, si el capitalismo 'american way of life' o la sovietización del comunismo, apenas se hizo hincapié en que los astronautas de la NASA también dejaron colocada en el suelo lunar una placa metálica con estas palabras: “Aquí los hombres del planeta Tierra han puesto el pie sobre la Luna por primera vez. Julio de 1969. Hemos venido en paz en nombre de toda la Humanidad”. Nadie tiene en mente la imagen de esa placa, sí las barras y estrellas de la bandera norteamericana sobre el paisaje del único satélite de nuestro planeta, que jamás habíamos visto tan de cerca, y adonde viajaron astronautas hasta 1972.

En Naciones Unidas, afortunadamente, durante los años sesenta se dieron prisa en que saliera adelante la base del Derecho Internacional del espacio, antes de que la 'carrera espacial' llegara a plantear tentaciones peligrosas. En 1967 se aprobó, y lo firmaron Estados Unidos y la Unión Soviética, el 'Tratado sobre los principios que deben regir las actividades de los Estados en la exploración y utilización del espacio ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celestes'. Para garantizar, entre otras claves, que ningún país pudiera apropiarse o esgrimir soberanía, ni pudiera establecer bases militares, ni situar en la órbita terrestre armas nucleares o de cualquier otra capacidad de destrucción masiva.

La cooperación internacional en materia científica, tecnológica, aeroespacial y ultraterrestre ha avanzado sobremanera durante los últimos 50 años. La Agencia Espacial Europea, fundada en 1975,

ha contribuido en grado sumo a ese espíritu de colaboración que trasciende las ambiciones nacionales. Ello se vio multiplicado tras la caída del muro de Berlín en 1989 y la descomposición de la URSS. La Estación Espacial Internacional (ISS), es, desde 1998, el símbolo más grande de los ámbitos de colaboración y neutralidad, y no solo giran satélites para el secreto militar. Es reflejo de una época (finales del siglo XX y comienzos del XXI) donde la geopolítica ya no era solo confrontación bipolar entre norteamericanos y rusos, donde Europa, Japón y Canadá, muy implicados en la ISS, se esforzaban por desarrollarse y abogar por la distensión en la creciente interdependencia global.

La efeméride del cinquagésimo aniversario de los alunizajes ha llegado cuando el mundo gira con otra conciencia sobre sí mismo. Los casquetes polares menguan, las montañas se quedan sin glaciares, los fenómenos meteorológicos son cada vez más intensos, las pautas sobre los ciclos de la naturaleza están desnortadas, el mar está lleno de plástico. No hay planeta alternativo para dejar atrás nuestros insostenibles excesos. Y la protesta social sobre el cambio climático, desafío que obliga a reformar buena parte del 'statu quo' fáctico y económico, coincide con la eclosión de un nuevo modelo de 'guerra fría', a tres bandas, entre EEUU, China y Rusia, que están acentuando la ralentización de la emergencia planetaria. Están más interesados en librar un pulso porque los avances tecnológicos que tienen el potencial de empoderar a los ciudadanos hacia un horizonte de libertad global, también permiten controlar el mundo a través de la cara oculta de las telecomunicaciones.

Vuelven las proclamas sobre la reanudación de los viajes a la Luna con ribetes de exclusivo orgullo nacional. Trump hace campaña por su reelección prometiendo enviar en 2024 por vez primera a una mujer astronauta, como parte de su estrategia 'America First'. China ya ha logrado alunizar varias sondas en la Luna y quiere establecer años antes que la NASA una base habitada por investigadores solo chinos. Putin promete a los rusos no quedarse atrás en la exploración de Marte. Es lastimoso que la investigación espacial se vea eclipsada por estrategias de hegemonía. Estoy convencido de que somos mayoría los seres humanos que deseamos explorar con la bandera de la Tierra los confines del sistema solar. Y más me gustaría que prometieran la erradicación de las tiranías en nuestro planeta. No soy ingenuo: prefieren erradicar la democracia gobernando con apariencia democrática. Por eso no apoyan en Hong Kong la pacífica y masiva lucha por la libertad que se lleva a cabo desde 2014. Hay que acabar con esos 'marcianos' que reivindican vivir en una democracia real. Son un mal ejemplo.