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19 may 2017 / 23:10 h - Actualizado: 19 may 2017 / 23:10 h.

Estoy tan tenso y tan alerta que cada vez que ponen el anuncio ese de Cofidís, el del tipo que le pide a su amigo tres mil euros y ya se los devolverá en cómodos plazos, le espeto a la tele: ¡Ni se te ocurra! ¡No se los vayas a dar, so carajote! Lo mismo me pasa con la última gran plaga que azota a la humanidad por la vía del spot, cuyo nombre en inglés es All You Need is Love. Hay dos tipos de personas: las que no deberían ser aplastadas por un tractor oruga oxidado y las que cantan All You Need is Love. Al principio sospeché que lo que me tiene de esta manera, la causa de este sinvivir nervioso, es que me hago mayor y refunfuñón. Pero como soy así desde los 14 años, entiendo que en realidad se debe a la propia publicidad por su estrategia compulsiva, perentoria y alienante; por fomentar ese undécimo mandamiento de la ley consumista que ordena: No pensarás. Y en general, a la tele que obedece este mismo dictado. Durante una reciente visita a un gran almacén especializado en chismes con enchufe y cosas de esas con muchas chiribitas, presencié en la zona de los televisores gigantes una conocida escena de la película 2001, una odisea del espacio: la de los primates que se arremolinan alrededor del monolito, al principio asustados y feroces, luego fascinados y entregados, sobando el paralelepípedo y dándole chupetones. Pero la presencié no porque tuvieran puesta la película de Kubrick, ¡ja!, sino porque los primates estaban allí, en manada, manoseando la tele, paladeando sus aristas, saciándose con la brillante negrura de sus abismos siderales, gruñendo y salturreando. El futuro es un mono abriéndonos la cabeza a golpes con una quijada. A diferencia del tipo del anuncio, no doy crédito. All You Need is una hostia bien dá. Qué peliculón, 2001. Me pido Hal.