Estoy deseando que lleguen las próximas elecciones. Quiero saber hasta dónde estamos dispuestos a aguantar en este país.
La corrupción en el Partido Popular debería ser motivo suficiente para que los que han votado en anteriores ocasiones a esa formación política, bien cambien el voto, bien dejen de acudir a las mesas electorales por puro hartazgo.
El desastre monumental en el que se ha convertido el PSOE (que nadie se engañe porque gane Sánchez o gane Díaz o gane López, pierde el partido) debería ser razón suficiente para que los votantes se lo pensaran dos veces. Por el desastre y por la corrupción. El PSOE también tiene lo suyo.
El servilismo y el cinismo de Ciudadanos, que justifica sus apoyos de forma enclenque y no está siendo capaz de dar un golpe en la mesa para desmantelar el desbarajuste en el que se ha convertido la política en España es preocupante. Las alternativas se construyen con valor y en Ciudadanos están escasitos.
Y el populismo casi pueril de Pablo Iglesias que sabe mover las redes sociales y alborotar con autobuses, pero poco más, resulta aburrido por innecesario. Sin embargo, volveremos a votar. Sin leer los programas, defendiendo unos colores que no sabemos qué significan exactamente, a golpe de simpatía enquistada en la falta de reflexión.
Decimos estar muy hartos, nos llevamos las manos a la cabeza en cuanto leemos una noticia escandalosa, damos golpes en la barra del bar como si fuéramos a arreglar algo levantando la voz en la tasca. Pero ya sabemos lo que votaremos. Pase lo que pase. No vaya a ser que nos lo tengamos que tomar en serio, nos obliguemos a pensar o algo. ~