Resulta sorprendente que algunos se manifiesten contra el fascismo con la excusa de que un partido político se ha presentado a unas elecciones democráticas y limpias y ha conseguido representación en el parlamento andaluz. Se manifiestan porque los andaluces han votado y han elegido libremente a sus representantes. Si hubiera dudas sobre el recuento se podría protestar, pero ante unos resultados trasparentes y sobre los que nadie tiene nada que decir, resulta sorprendente del todo. Lo que toca es reflexionar y descubrir por qué pasan las cosas que pasan.
¿Por qué el populismo de derechas está teniendo un espacio tan importante en las sociedades europeas? Por lo mismo que el de izquierdas. Los populismos y los extremismos son siempre contestación a problemas que parecen enquistados e imposibles de resolver. Son eso y, siempre, expresión del miedo. Nos puede parecer uno más guay que otro, pero son lo mismo.
Conviene recordar que en EE.UU, en Europa y, en concreto, en España, el miedo ha sido una baza que han jugado los distintos Gobiernos desde hace ocho o diez años hasta ahora.
Si anuncias el fin del mundo estás generando un problema. Aquí, en España, se ha anunciado el fin del Estado del Bienestar, un estilo apetecible de vida que nos colocaba por encima de nuestras posibilidades (según el Gobierno de turno), los trabajos bien remunerados, se ha acabado con todo lo que se daba. El fin del mundo, vaya. Resultado: todos corremos a los extremos para defender lo nuestro y todos queremos escuchar que alguien va a ser capaz de solucionar nuestros problemas aunque para ello tenga que acabar con medio planeta.
En los extremos ocurren cosas fascinantes, colosales. Por ejemplo, puedes hacerte político y salir en la televisión, puedes hacer política sin una sola idea en la cabeza, te pueden prometer el oro y el moro... Todo es posible en los extremos. El populismo es lo más.
Vox está colocado justo en el lado contrario de Podemos. Populismo y extremo. De distinto color, eso sí. Y entre ellos se encuentran el resto de las opciones políticas sin que asuman que ese territorio se ha convertido en tierra de nadie, en tierra quemada. Y, lo más importante, sin querer aceptar que los extremistas están ahí porque ellos lo han querido, lo han motivado, lo han potenciado y, seguramente, porque en algún momento lo han deseado.
Ha llegado el momento de reflexionar (todos), de abandonar y evitar un ridículo mayor (Susana Díaz), de afrontar la realidad que han dibujado las urnas sin hacer aspavientos (Iglesias). Lo que sobra ahora es señalar a otros culpando de esto, de aquello, o de existir.
Que los políticos dejen a un lado el discurso de la confrontación, la venganza o el odio, será muy importante para avanzar y no pisar zonas peligrosas. Cuanto antes mejor. Se trata de trabajar por Andalucía y por el resto de España. Todo lo demás es ridículo, ventajista e irrelevante.