Cuando sonó el clarín por última vez al aire de la serranía de Ronda, allí en el cielo se puso en pie el Niño de la Palma y le mandó a sus hijos que aplaudieran con fuerza a ese sevillano de cuna que se cortaba la coleta después de dieciocho años tocando con su clarín los cambios de tercio y los avisos desde la meseta de toriles, ese palco de los sustos donde nace la orden sonora para la salida del toro del destino .
Ocurrió hace unos días en la plaza de piedra de Ronda, la del Tajo, la de los toreros machos, la de la escuela rondeña, la de Ordóñez y su goyesca. En aquella cornisa de toriles Julio Vera interpretó un profundo cambio de tercio a modo de despedida para retirarse la boquilla del clarín de sus labios por última vez. Y cerrar los ojos y echar la llave a dieciocho años tocando los clarines. Sólo lo sabía él...y su compadre. El responsable de la locura hermosa de la Banda del Santísimo Cristo de las Tres Caídas de Triana miró a Romualdo Puelles y le dijo: “Compadre, esto se ha terminado”. Y se fundieron en un abrazo largo, emotivo, juntando los años y los latidos del alma. Cayó alguna lágrima por una chaquetilla que era blanca, como blanco es el uniforme de la noche mágica. Julio y Romualdo, dos padres de la corneta sevillana, secaron el llanto y miraron al cielo. Y allí estaba de pie el Niño de la Palma. Abajo, en el ruedo, sucedía la goyesca y el adiós de los ruedos del hijo mayor de Paquirri, aquel torero de ojos claros devoto del Cristo que cae tres veces en Triana.
Han sido muchos años de clarin, cientos de tardes de toros en la Maestranza, miles de cambios de tercio, horas incontables de responsabilidad al sol, un sol que Julio Vera pudo dejar de ver para siempre cuando, nada más tocar los clarines de Ronda en 2001, embarcó hacia Nueva York con la ópera “Carmen” de Salvador Távora. Horas después de su llegada los terroristas derribaban las Torres Gemelas. De haber perdido la vida en EEUU, lo último que hubiera hecho habría sido tocar el clarín en la Maestranza rondeña.
Julio ha dejado los clarines, que no la corneta. Y se marcha sin aspaviemtos ni homenajes, con la seriedad de los tres avisos, con la misión cumplida y el trabajo hecho. Ahora verá los toros desde la barrera, escuchando el sonido de un clarín que él interpretó con ese pellizco que sólo reconoce quien ha mamado la brisa que navega entre aquellos arcos.
Se corta Julio Vera la coleta del clarín con la seriedad de los tres avisos. Se acabó la faena. Él conoce bien esa lección. Es la misma que su Cristo le regala cada madrugá, cayendo tres veces, recibiendo tres avisos que conducen a la Esperanza. Uno, dos y tres. Como las lágrimas que cayeron en su chaquetilla blanca.