Yo es que soy negro

La vergüenza mayor de que un niño a punto de ahogarse sea más consciente del color de su piel que de su propia desesperación.

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Álvaro Romero @aromerobernal1
03 ago 2019 / 10:06 h - Actualizado: 03 ago 2019 / 10:46 h.
"Viéndolas venir"
  • Yo es que soy negro

Ocurrió hace solo unos días en una playa mallorquí: un negro de 10 años está a punto de ahogarse y una socorrista argentina fuera de servicio se lanza en su ayuda. El niño, en sus brazos, le suelta: "Pensé que no me ibas a sacar porque soy negro". Ya con la situación resuelta, a la mujer le zumbó la frase una y otra vez. “Es lo primero que me dijo el chiquillo”, recordó, y concluyó, certera, que si hay niños con esos pensamientos es que hemos avanzado muy poco como sociedad. En rigor, la situación, tan cosmopolita, nos pinta de negro la sociedad. Y fíjense lo que digo: no nos pinta de verde o de azul o de rojo la sociedad, sino de negro, como si el negro fuera el peor de los colores, que podría serlo por la falta de luz (o sea, de esperanza, de iluminación, de claridad, de verdad al final del túnel, y no sigamos con las metáforas), pero es que lo es porque, en su concepto, arrastra siglos de esclavitud y marginación hacia las personas de color, como dicen todavía hipócritamente las señoras de cierta edad. De negro viene denigrar, que es despreciar, tal vez porque en el ADN de nuestra lengua se inoculó la evidencia histórica de que jamás un hubo un desprecio como el que se practicó con los negros.

La vergüenza mayor de que un niño a punto de ahogarse sea más consciente del color de su piel que de su propia desesperación no es la del niño, sino la nuestra, que hemos permitido que, tantos siglos después, ser negro siga teniendo un sentido negativo del que es consciente una criatura nacida ayer por la mañana pero que ha interiorizado la terrible historia de todos sus antepasados prácticamente antes de comenzar a vivir de veras. Y lo ha interiorizado porque habrá vivido situaciones que contribuyeron a ello. No se interiorizan palabras, sino hechos.

Del mismo modo que hay tantos niños -¡sí, niños, estrenadores de la vida!- que ya han interiorizado su supuesta inferioridad por algún rasgo diferenciador, como si todos los niños no fueran maravillosamente diferentes. El canon es un invento simplificador de los adultos que no debería traspasar la frontera de la infancia, que es la de la libertad con mayúsculas. Los niños juegan en la orilla de la playa sin importarles el sexo ni la raza ni la religión ni la situación económica de los padres, pero siempre hay una serpiente que se desliza pringosa por el terreno de juego. De ahí la frase divina del propio Génesis: “Adán, ¿quién te contó que estabas desnudo?”