Complejos y prejuicios

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29 ene 2018 / 20:32 h - Actualizado: 29 ene 2018 / 22:02 h.

Parece mentira pero, de pronto, ha vuelto a aparecer un prejuicio que se remonta al siglo XVIII: el de que los andaluces hablamos mal y que, por eso, debemos ser relegados a españoles de segunda división. Lo ha hecho florecer el habla de los personajes de la serie La Peste, calificada, terminante e irremisiblemente, de andaluza más allá de Despeñaperros sin que nadie nos pregunte a los andaluces si nosotros entendemos claramente, o no tampoco, los diálogos de los capítulos y sin que nadie de los de más allá se pregunte a sí mismo cómo es que entiende a la gente cuando viene a Andalucía y no entiende a estos andaluces en la pantalla? A nadie, en definitiva, se le ha ocurrido plantearse que, a lo mejor, lo que sucede es que muchos de los actores y actrices españoles no vocalizan bien.

Porque, ahora que la cuestión ha quedado planteada, es necesario decir alto y claro una cosa: lo que le sobra a los diálogos de la mayoría de las películas españolas son las eses continuas y arrastradas y lo que le falta es la dicción de la que hacen gala los dobladores de películas y series extranjeras ya que en eso –precisamente– consiste su oficio: en hacernos comprender lo que la falta de conocimiento idiomático vuelve incompresible. Esto es tan claro como la vida misma aunque sea más difícil que recurrir al cliché. Sobre todo al cliché que, al poner a quien sea por debajo, intenta servir de remedio a los complejos que buena parte de España (de fuera y de dentro de Andalucía) arrastra, al menos, desde el noventa y ocho del siglo XIX.

Parece mentira pero, de pronto, han vuelto a aparecer un prejuicio que se remonta al siglo XVIII: el de que los andaluces hablamos mal y que, por eso, debemos ser relegados a españoles de segunda división. Lo ha hecho florecer el habla de los personajes de la serie La Peste, calificada, terminante e irremisiblemente, de andaluza más allá de Despeñaperros sin que nadie nos pregunte a los andaluces si nosotros entendemos claramente, o no tampoco, los diálogos de los capítulos y sin que nadie de los de más allá se pregunte a sí mismo cómo es que entiende a la gente cuando viene a Andalucía y no entiende a estos andaluces en la pantalla? A nadie, en definitiva, se le ha ocurrido plantearse que, a lo mejor, lo que sucede es que muchos de los actores y actrices españoles no vocalizan bien.

Porque, ahora que la cuestión ha quedado planteada, es necesario decir alto y claro una cosa: lo que le sobra a los diálogos de la mayoría de las películas españolas son las eses continuas y arrastradas y lo que le falta es la dicción de la que hacen gala los dobladores de películas y series extranjeras ya que en eso –precisamente– consiste su oficio: en hacernos comprender lo que la falta de conocimiento idiomático vuelve incompresible. Esto es tan claro como la vida misma aunque sea más difícil que recurrir al cliché. Sobre todo al cliché que, al poner a quien sea por debajo, intenta servir de remedio a los complejos que buena parte de España (de fuera y de dentro de Andalucía) arrastra, al menos, desde el noventa y ocho del siglo XIX.