8 de abril de 2017

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19 mar 2017 / 08:42 h - Actualizado: 19 mar 2017 / 08:42 h.
"ETA"
  • En octubre del año 2000, el asesinato del doctor Antonio Muñoz Cariñanos en su consulta conmocionó a Sevilla. / Paco Sánchez
    En octubre del año 2000, el asesinato del doctor Antonio Muñoz Cariñanos en su consulta conmocionó a Sevilla. / Paco Sánchez

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ETA entregará las armas sin condiciones el próximo 8 de abril. Este será un gesto que significará el cierre de la actividad más macabra, dolorosa e indeseada llevaba a cabo por un grupo armado en la historia reciente de España. Y, siendo una buena noticia, no puede equivocar el recuerdo de nadie.

Sería un enorme error olvidar que Sevilla fue siempre un objetivo que ETA tuvo en sus planes para cometer los crímenes más extraordinarios, más crueles y más sangrientos.

El primer comando Andalucía quiso volar la Jefatura de la Policía cuando ésta se encontraba instalada en la plaza de la Gavidia. Trescientos kilos de explosivos fueron interceptados en un control de carretera. Uno de los peores criminales de ETA, Henri Parot, los trasladaba en su vehículo con el propósito de cometer un atentado brutal.

La secretaria de Manuel Olivencia, comisario de la Expo del año 1992, fue la víctima de un paquete bomba y quedó mutilada. Sevilla se estaba convirtiendo en un escaparate que todo el planeta miraba mientras preparaba la Expo y ETA no quiso perder la oportunidad de aparecer siendo la protagonista de una fiesta a la que nadie le había invitado.

Les debió parecer poco el daño ocasionado y el 28 de junio de 1991 asesinaba con paquete bomba en el centro penitenciario Sevilla 1, a dos reclusos, a un funcionario de prisiones y a un visitante. Treinta y tres personas, además, resultaban heridas y las instalaciones sufrieron daños de mucha importancia.

El año 1997 diversos artefactos explosivos provocaban daños en instalaciones de la red eléctrica y en las vías del AVE. Uno de ellos hería gravemente a José Manuel Zambrano, un obrero que almorzaba cerca del lugar.

El matrimonio Jiménez Becerril, acribillado a tiros en pleno centro de la ciudad; y Antonio Muñoz Cariñanos, muerto a tiros en su consulta; fueron las últimas personas asesinadas en Sevilla por la banda terrorista ETA. Pudieron ser más, si las bombas adosadas a los vehículos de distintos militares hubieran hecho explosión o no hubieran sido detectadas. Hubo suerte en esas ocasiones.

Los sevillanos sufrieron una violencia injustificada. Y los sevillanos colaboraron en la detención de algunos de los terroristas. Por ejemplo, en el caso del asesinato de Muñoz Cariñanos, los etarras no pudieron escapar gracias a que el pueblo de Sevilla no dudó en llamar y perseguir a los terroristas.

Todo esto no puede olvidarse porque ha representado un gran daño y dolor para la ciudad y su ciudadanía. Hay que celebrar el fin de la violencia, la entrega de armas y, pronto, la disolución de una banda que con este gesto que anuncia, ya da, de hecho, por concluida su actividad. Y no puede olvidarse porque, sencillamente, todo esto pasó. No puede olvidarse porque hubo gente que sufrió y sigue sufriendo la pérdida de sus seres queridos. Y no puede olvidarse porque si lo consentimos, antes o después, volverá a pasar. Todo aquello que se convierte en una página de papel en el que se relatan unos hechos pierde su esencia al no poder expresar los miedos, el dolor, la angustia y la rabia, de miles de personas.

Que ETA entregue las armas sin condiciones significa que la violencia ha perdido la batalla contra la democracia. Pero no significa que lo que sucedió fuera una ilusión. Fue real y doloroso.