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17 ene 2017 / 07:07 h - Actualizado: 17 ene 2017 / 07:10 h.
"Tecnología","Internet","Redes Sociales","Teléfonos móviles"
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En España hay más móviles que personas. Este es un dato que ya dice mucho de lo que representa económicamente esta industria y de lo que supone su uso cada día que pasa.

Las bondades de los Smartphones son indudables. Hoy, cualquiera de nosotros, podemos llevar la oficina en el bolsillo de chaqueta, en el bolso o dentro de la mochila. Nuestras agendas, las fotografías recientes o ya viejas, los juegos de entretenimiento o las relaciones personales con conocidos o desconocidos que viven en el otro lado del mundo, nos acompañan a cualquier sitio. De hecho, se llega al absurdo y hay quien se lleva el móvil al baño por si acaso. Es difícil determinar en qué consiste ese «acaso», pero es una realidad por cómica que parezca.

Nuestra vida se ordena de un modo distinto a como se hacía diez años. Eso sí, la híper dependencia que generan estos aparatos puede ser mucho más peligrosa de lo que podríamos pensar. Sobre todo, entre los jóvenes se comienzan a producir casos en los que la angustia que genera no tener a mano el Smartphone es descomunal y, por supuesto, tóxica.

Hemos comenzado a dar por buenas algunas actitudes que hasta hace unos años hubieran sido criticadas sin compasión por la mayoría de las personas. Por ejemplo, contestar llamadas cuando el sujeto está acompañado, estar pendiente de la llegada de mensajes o cualquier actividad relacionada con el móvil, ya no está mal visto. Es tal la implantación de estos dispositivos y la dependencia generalizada, que se permiten usos que antes eran gestos de mala educación y ahora han pasado a ser normales y aceptados por casi todos.

Por otra parte, insistiendo en que los beneficios de estas tecnologías son muchos, la desconexión del trabajo comienza a parecer imposible. Pero no están exentas otras facetas de la vida cotidiana que antes podíamos dejar a un lado mientras que las noticias anunciaban algo verdaderamente importante (antes llegaban de otra forma, pero llegaban con cierta rapidez sobre todo si eran malas).

Uno de los grandes sacrificados en este proceso ha sido el lenguaje. Aunque parece que se normaliza la situación y ya no se escribe haciendo desaparecer vocales o consonantes (la letra h fue la que peor parada salió del proceso) o reduciendo la expresión escrita a la mínima expresión, los jóvenes han ido destrozando el castellano de forma más que peligrosa.

Y, por supuesto, las relaciones personales se han modificado de un modo que la alarma se ha disparado aunque nadie sabe qué hacer para solucionar un problema que afecta a un enorme grupo de la población. No es raro que dos personas se envíen mensajes estando una frente a la otra, no es exagerado afirmar que hablar o amar como siempre se hizo se ha ido sustituyendo por la relación virtual.

El Smartphone se ha instalado en la vida de los españoles con fuerza, con grandes privilegios puesto que ha sido el regalo estrella durante los últimos años en todos los hogares del país, con una presencia absolutamente portentosa en cualquier lugar en el que hay una persona. Se mueven miles de millones de euros en el mercado de la telefonía. Y, sobre todo, han logrado cambiar nuestros hábitos, nuestras formas de relacionarnos, nuestros usos respecto a cientos de cosas que antes debíamos tocar y ahora sabemos que existen porque en la aplicación de nuestro teléfono así se afirma. Pero convendría que no se convirtieran en nuestra vida porque la vida es lo que es y encerrarla en un cacharro, por muy útil que sea, no parece la mejor de las ideas.