Derecho a la igualdad

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30 oct 2016 / 22:56 h - Actualizado: 30 oct 2016 / 22:56 h.
"Sexualidad","Homosexualidad"
  • Derecho a la igualdad

Cuando alguien confiesa ser gay, lesbiana, transexual o bisexual se abre un debate extraordinario a su alrededor tan inútil como cruel. En algunos países se les tachará de pedófilos (incluso de forma oficial) y su condición les llevará a ser sospechosos de abusar de los niños y niñas (como si la pedofilia fuera cosa de homosexuales y no de heterosexuales; o como si ser gay fuese lo mismo que ser pedófilo); en otros querrán curarle o modificar su conducta (como si ser lesbiana fuese una enfermedad; o una opción que uno elige un buen día al levantarse como se hace con la carrera universitaria); y otros, conviene señalarlo, se lanzarán a defender al individuo y al colectivo gay como si les fuera la vida en ello (como si ser bisexual necesitara de un apoyo desmesurado e imprescindible). Naturalmente, todo esto es el producto de un trato tremendo al que se ha sometido a este colectivo durante muchos años, de numerosas injusticias en tiempos pasados y de haber creado una imagen del homosexual muy lamentable.

Habría que pensar que son los valores los que nos hace mejores o peores. Es eso por lo que deberíamos medir a una persona. No por su sexualidad, no tachando de pecado (los que lo hagan) un acto de amor.

Existen argumentos completamente absurdos con los que se intenta teñir la homosexualidad del color gris mate que no tiene. No son pocos los que afirman que los colectivos gays son incapaces de ponerse de acuerdo sobre si el matrimonio entre personas del mismo sexo es un matrimonio o no; ni en si el término gay engloba a todos los que lo son; que no saben ni lo que son. No son pocos los que afirman que los gays son un grupo de desequilibrados. Pero los que afirman algo así olvidan decir que dentro del colectivo heterosexual las discrepancias respecto al matrimonio gay son las mismas; que el número de personas que padecen desequilibrios mentales en el colectivo gay es porcentualmente similar al que se da en el colectivo heterosexual (la diferencia es que un gay vive con angustia durante toda su vida por los problemas de exclusión social que le afectan; la diferencia es que un niño gay pasa, en época escolar, por tremendos problemas de integración; la diferencia es que el colectivo gay se vio perseguido de forma brutal durante cuarenta años en España y que se les incluyó en la Ley de Vagos y Maleantes como candidatos a pasar por prisión. Por tanto, esos porcentajes pudieran ser engañosos).

Vivimos en una sociedad prejuiciosa e injusta que con el colectivo gay se ha cebado y se sigue cebando.

En el siglo XXI parece anacrónico que las sociedades continúen señalando a las personas dependiendo de su condición sexual, religiosa o cualquier otra, cuando todos deberíamos ser iguales. La sociedad en su conjunto debería encontrar los mecanismos más adecuados para terminar con este problema de forma inmediata.