El deporte tiene que sanar

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23 mar 2017 / 21:32 h - Actualizado: 23 mar 2017 / 21:33 h.
  • El deporte tiene que sanar

La violencia en los campos de fútbol está tan arraigada, se justifica de tantas formas distintas, se oculta por tantas personas en las gradas y en los despachos, que será difícil que esta situación lamentable y vergonzosa se diluya para dar paso a una normalidad absolutamente necesaria.

En el mundo del fútbol, desde los campos en los que un equipo de aficionados, de veteranos o de niños de ocho o nueve años, hasta los de primera división en los que se mueven millones de euros; los gritos contra jugadores del equipo contrario, los insultos xenófobos y homófobos, las actitudes machistas, la presión contra los árbitros (que, en cientos de partidos, son jóvenes aficionados que quieran ganarse unos euros para poder pagarse los estudios), son actitudes habituales que nadie sabe, puede o quiere erradicar de forma definitiva.

Es especialmente triste ver cómo los padres de los jugadores, que tratan de divertirse en el campo de juego, se pelean unos con otros mostrando una agresividad propia de macarras justicieros. Y es igual de lamentable intuir que el problema que mueve a todos estos adultos enloquecidos son las ganas incontrolables de tener una estrella del fútbol en la familia. Posibles estrellas que ven a sus padres enzarzados en peleas inexplicables.

Es fundamental que los grandes clubes, que los jugadores de primera y segunda división, que los aficionados cabales, intenten mantener una postura sensata y envíen un mensaje radicalmente contrario a la violencia, porque son el ejemplo para miles de niños que aprenden a jugar con la sombra de una violencia innecesaria sobre las espaldas.

Los valores del deporte desaparecen cuando un padre grita al árbitro profiriendo un insulto que su hijo ya ha escuchado cien veces y lo toma como parte del juego; todo lo que representa el deporte se derrumba cuando un grupo de personas salta al terreno de juego para imponer su propia ley. Y todo se instala en la normalidad cuando los que no quieren que esto sea así guardan silencio ante una barbaridad.

Si una sociedad moderna deja que el deporte se convierta en un escaparate lleno de puñetazos, de palabras terribles, o en un trampolín al mundo de la fama y al dinero fácil (y solo en eso), se encontrará con un problema serio que tendrá difícil solución.