El día más esperado

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28 mar 2015 / 21:03 h - Actualizado: 28 mar 2015 / 21:04 h.
"Cofradías","Semana Santa 2015"

Ya es Domingo de Ramos. Las calles se llenan de incienso, azahar y capirotes. Nervios y estrenos, prisas y bullas, Andalucía se tira a la calle orgullosa, sin complejos, segura de que esto es lo nuestro. Lo que conocemos. Eso en lo que no nos gana nadie. Y todo acompaña. Un sol radiante, récord en viajeros y pleno en hoteles son el preludio de una Semana Santa memorable. Una Semana Santa aún gateando en este 2015 pero que ya embriaga desde el Viernes de Dolores a fieles, iconoclastas y empresarios, sobre todo en Sevilla. Atrás quedan las polémicas sobre la Madrugá, las luchas de poder, las exigencias económicas a las hermandades, los trasvases de minutos en favor de los cortejos con más hermanos y los cambios de recorridos no siempre acogidos con solidaridad. Atrás quedan unas elecciones inconclusas que aún no han dejado un claro equipo de Gobierno para Andalucía, un accidente de avión con 150 víctimas que no sobrevivieron a los Alpes, las decenas de imputados, el fraude, las tarjetas black, la prevaricación, la crisis, el paro, los asesinatos de género, los muertos por las guerras y por el terrorismo. Atrás queda la vida, el día a día, ahora es Semana Santa. Una semana que florece cada primavera y que deja a un lado las penas, difumina los problemas y logra que la pasión y la ilusión se apoderen de este paréntesis anual. Después del Domingo de Resurrección, retornará la normalidad, con las expectativas puestas en la Feria de Abril, pero con la cabeza en su sitio. Ya es Domingo de Ramos. Es el día grande en Sevilla, pero llega con menos estrenos porque el dinero se ha desviado en gran parte a comedores sociales y con poco trabajo para los talleres gremiales como consecuencia de la crisis. Aún así, hay hueco para disfrutar de escenas y sonidos de enorme belleza que permanecerán abigarrados a la memoria. Esa de la que vive el cofrade todo el año. Ya es Domingo de Ramos, y Sevilla, especialmente, se suma a las palabras del gran Groucho Marx: «Que se pare el mundo, que me bajo».