Posiblemente, hoy es el día más triste de la actual democracia española. Cualquier español tiene motivos para sentir auténtica pena con lo que está pasando en Cataluña. El 23F terminó siendo una fiesta democrática, ETA terminó entregando las armas después de causar un gran daño, pero desapareció. Pero lo que ha ocurrido este 1 de octubre de 2017 ha dejado una herida abierta por la que España comienza a desangrarse.

Nadie quería que se produjera el famoso choque de los trenes del Gobierno de Rajoy y el de Carles Puigdemont. Y el resultado ha sido el peor de todos los posibles. Miles de personas en la calle queriendo votar y miles de policías y guardia civiles obedeciendo órdenes y dejando imágenes que no benefician en nada a la imagen de España. Rajoy ha quedado muy tocado. De forma torpe puesto que el referéndum, como anunciábamos en El Correo de Andalucía, ya estaba en entredicho, fuese lo fuese que pasara, nadie daría crédito al resultado y, de esta forma, ha convertido a los catalanes en un pueblo oprimido a ojos de la comunidad internacional y, seguramente, el independentismo ha sumado partidarios para siempre.

Adultos con sus hijos en medio de los altercados, personas fotografiándose en cuatro urnas y emitiendo uno, dos, tres y cuatro votos; barricadas para evitar la entrada en algún colegio de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado; los Mossos enfrentados a la Guardia Civil y no haciendo su labor en algunos lugares de Cataluña; urnas en la calle en las que los ciudadanos introducían papeletas que terminarán siendo papel mojado, urnas con los votos dentro en manos de policías y guardia civiles. Un auténtico desastre para la imagen de España y, sobre todo, para una convivencia que parece imposible entre catalanes y el resto del pueblo español. No hay nada más doloroso que ver cómo España se puede comenzar a desmembrar.

El problema ha pasado de ser político a ser de orden público y esto no ha hecho más que empezar. Pero, además, ahora se tiñe de confrontación social porque la idea de un odio inexistente de los andaluces, madrileños, murcianos o extremeños, hacia los catalanes se ha convertido en una especie de constante en el discurso de los catalanes que será difícil de eliminar. Y las diferencias entre catalanes, después de este primero de octubre, harán más incómodo el día a día.

Si los políticos son elegidos para que resuelvan los problemas de los ciudadanos, esta vez el fracaso es de unas dimensiones descomunales. El de todos y cada uno de ellos.

Si bien es cierto que Rajoy debía hacer respetar la Constitución, si bien es cierto que Puigdemont y su Gobierno han destrozado todas las leyes imaginables forzando un referéndum ilegal y unilateral, todos están obligados a sentarse, debatir y encontrar una solución. Y hoy es el día que deben comenzar a trabajar. Hoy.