El lenguaje –esa extraña herramienta con la que el ser humano ha logrado prosperar y organizarse socialmente, entre cosas– es el gran patrimonio compartido por todas y cada una de las personas que habitan el planeta Tierra. Por tanto, su importancia es extraordinaria.
El uso del lenguaje hace que este sea algo vivo, algo en constante evolución. Pero no por ello debe entenderse que un uso incorrecto y repetido se puede imponer a lo que dicta la semántica, la sintaxis o la ortografía, por ejemplo. Sería una auténtica insensatez que el castellano, nuestro idioma, se convirtiera en un escaparate de incorrecciones, vulgarismos o usos que lo rebajasen a un idioma de segunda categoría.
Hay un debate abierto constantemente sobre si la aceptación por parte de la RAE de palabras o alteraciones gramaticales, dada la insistencia en su uso por parte de los castellano hablantes, es bueno para nuestro idioma o, si por el contrario, supone claudicar ante la vulgaridad.
La RAE no es más que un altavoz de lo que sucede en la calle. Allí ni se impone ni se prohíbe nada. Y el Diccionario, a diferencia de lo que suele creerse, ya no ejerce una función normativa. Esto es así. Esto genera ciertas dudas entre los ciudadanos que no entienden cómo una institución de esta categoría puede aceptar algunos vulgarismos o permite que las alteraciones gramaticales se den por buenas puesto que parece un claro deterioro de un patrimonio cultural que es, sin duda, motor de progreso. Sin embargo, en la Real Academia Española se hace lo mismo hoy que hace trescientos años. Los académicos trabajan con las palabras, con el diccionario. Según uno de sus académicos, José María Merino, en la RAE se encuentran «palabras viejas que se quedaron en el diccionario sin mucho sentido, acepciones que habría que modificar o comunicar con otras. Existen muchas palabras que, pasados veinte años, dejan de significar lo mismo, que cargan con matices que las modifican. Tienen otros referentes y conviene estar pendiente de ello». Como todo el mundo sabe la RAE «Limpia, fija y da esplendor» a nuestro idioma.
Lo cierto es que el uso del lenguaje marca la diferencia y es fundamental para que la RAE adopte una postura u otra. Actualmente, el protagonismo es para el imperativo idos que podría aceptarse, aunque calificado como vulgarismo, conviviendo con el iros que, a decir verdad, es la forma más utilizada. La RAE dice, más o menos, que ya que se utiliza de forma masiva incluso por gente de un nivel cultural importante, recogen esa alteración sin que deje de ser un horror para el lenguaje.
El lenguaje es algo que pertenece a todos. Su buen uso corresponde a todos. Eso y no lo que la RAE se ve obligada a recoger como parte del uso cotidiano y masivo del lenguaje, es lo fundamental. Lo que suene a través del altavoz será lo que se hace con las palabras por parte de la sociedad. Sería muy interesante que la RAE hiciera un esfuerzo para que los españoles entendieran su labor, el porqué de las cosas y las diferentes razones por las que se toman las decisiones.