Hambre de cultura

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07 ene 2017 / 23:00 h - Actualizado: 07 ene 2017 / 23:01 h.

Según el diccionario de la RAE, el término ignorancia es la cualidad de ignorante o la falta de conocimiento. Es decir, cualquier persona es ignorante en algún aspecto puesto que saberlo todo es, sencillamente, imposible. Aunque el sentido peyorativo es muy frecuente, en realidad, el significado es algo que no denota una carga insultante. Con las palabras hay que tener mucho cuidado si se quieren utilizar con corrección.

Cientos de personas, entre los que se encuentran políticos, periodistas y personas con cierto peso mediático, tachan las obras de arte (por sistema) de inservibles, de estafas y de insultos a la inteligencia. Todo lo que es cultura es criticado en ese sentido. Pero es muy posible que, a muchos de los que opinan de este modo, les pueda la ignorancia.

Pintura, escultura, una canción, una sinfonía, las novelas o una obra de teatro, forman parte de la cultura. Excelentes e imprescindibles. Irrelevantes e inservibles por no aportar nada. Depende de cada caso. El problema es saber discriminar unas de otras según lo que representan para la sociedad. No es bueno pensar en la cultura como algo en lo que todo cabe para convertirlo en casi una broma o en lo que nada puede entrar para convertirlo en territorio de élites y snobs. Por ello las personas que, desde las administraciones públicas, velan por una cultura que debe ser universal y cercana a cualquier ciudadano, están obligadas a entender algunas cosas; sobre todo que la cultura aporta una nueva percepción de la realidad que hace el mundo del sujeto más amplio y más accesible. Dependiendo de la gestión de esas personas (desde el presidente del gobierno al último funcionario) la cultura de nuestro país crecerá o se convertirá es un vertedero de ideas sin utilidad posible.

Negar la importancia de la cultura, de las obras de arte o creer que eso es cosa de élites o de un grupo de personas que solo buscan subvenciones para vivir sin trabajar ni arriesgar, es un camino peligroso que esquilma a la sociedad y la puede dejar sin sus raíces y sin futuro puesto que sin lo primero no puede existir lo segundo. No deja de ser sorprendente que algunas personas con peso específico social no escondan su poca inclinación por los esfuerzos de los artistas y las inversiones en cultura; porque, en realidad, el arte tiene mucho que ver con lo que somos, con lo que es el mundo entero; porque el arte es la representación de la consciencia colectiva del ser humano desde que este lo es; porque el arte es la única forma que el hombre ha encontrado para explicarse y explicar su entorno y porque en el arte se sostiene la cultura en toda su extensión. El hombre tiene la vocación de ser infinito y el arte es la materialización de ese afán universal. Así de importante es el asunto.

La cultura es de todos. Por ello, es difícil entender cómo algunos la maltratan, cómo los políticos la utilizan como moneda de cambio o, sencillamente, la ignoran. Es inexplicable que las leyes de educación españolas, una tras otra, ninguneen las humanidades, todo lo que tenga que ver con el arte.

La cultura es elitista para los que creen que son la élite. La cultura es inservible para todo aquel que intenta que la mediocridad sea el faro de la humanidad. Sin embargo, la cultura es universal para el que quiere entender qué papel interpreta en todo esto que llamamos vida; para el que descubre, no ya su mundo, sino el mundo entero, contemplando una escultura o escuchando la novena sinfonía de Ludwig van Beethoven. El arte es el cosmos y, desde luego, no es propiedad de nadie, nadie puede relegar lo que somos porque, si así fuera, quedaríamos anclados a la ignorancia más absoluta y eso sería un mal negocio.

Hay que cuidar la cultura por el bien de todos.