Si existe algo valioso en la actualidad, eso es la información. Y si, de esa información, alguna parte es tan codiciada como valorada por parte de las empresas dedicadas al tratamiento de datos, esa es la que contiene los datos personales. Esos datos son privados, exclusivos y casi sagrados en los países desarrollados.
Es por ello por lo que resulta especialmente sorprendente lo fácil que es acceder a esos datos. En el último caso de uso indebido que se ha descubierto, en el que cincuenta millones de usuarios de Facebook se han visto afectados, los modos son especialmente alarmantes.
Cambridge Analityca es la empresa que atesoró los datos de millones de personas sobre las que quería influir. Esta es la misma consultora que está siendo investigada por haber influido en favor del brexit en un número importantísimo de votantes. El nombre de Donald Trump aparece también puesto que Steve Bannon, el jefe de campaña del ahora presidente de Estados Unidos, es inversor en la consultora. Robert Mercer es el que consiguió esos datos y este sujeto es un millonario y donante republicano que se colocó junto a Trump para ayudarle en la medida de lo posible.
Los dedos acusadores se estiran para señalar a unos y otros. Por supuesto, Facebook se encuentra en el centro de la tormenta. Pero, del mismo modo, encontramos allí al investigador de la Universidad de Cambridge, Alexandr Kogan, que suele alardear de saber qué hacer con los datos para cambiar la realidad con cierta facilidad.
El revuelo es enorme y la gravedad del asunto disparatada. Entre otras cosas porque el acceso a los datos personales es sencillo y la recuperación de la información es prácticamente imposible.
Lo que somos está en manos, o puede llegar a estarlo, de entidades que pueden utilizarlos para influir en parte de la población y dirigir sus acciones en un sentido u otro. Algo que puede generar conflictos gravísimos en el futuro.