Puigdemont, el presidente de la Generalitat, rodeado de parlamentarios independentistas, tratando de lustrar con un carácter de cosa importante a lo que era un intento de ocultar las grandes dudas que existen alrededor de todo lo que se está haciendo por parte de Junts pel Sí, ERC y la CUP, anunció una fecha –1 de octubre de 2017– y una pregunta –«¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente en forma de república?»– que tienen una importancia muy relativa. Mientras que la convocatoria no sea oficial, mientras que Puigdemont y sus aliados no muestren la valentía necesaria para tomar una decisión y asumir las consecuencias sin pestañear, eso de ponerse frente a una cámara de televisión buscando ganar tiempo e intentar dibujar una situación de brocha gorda como si fuera una obra realizada con trazo fino y elegante, no sirve de nada.
En Cataluña ya hicieron el ridículo el 9-N en el que se votó no sabemos qué cosa ni para qué. Como decía Miquel Iceta, el pasado viernes, en esa ocasión se les vendió el voto a los catalanes como si fuera el voto de su vida y no fue así. Aquello fue una broma.
La decisión de Catalunya en Comú de no asistir a la reunión convocada por el presidente catalán el pasado 29 de mayo, ha sido un golpe muy duro y una demostración de que la mayoría de los catalanes no están al lado de Puigdemont y sus acompañantes en esta aventura sin destino.
El referéndum no se realizará porque es ilegal y el Gobierno no lo va a consentir; porque la maquinaria necesaria para que se lleve a cabo una consulta de este tipo no tiene ni las piezas suficientes (los funcionarios son fundamentales y las dudas y rechazos son muy numerosas a pesar de las amenazas del Gobierno catalán); y porque el futuro y el bienestar de las personas ha de estar muy por encima de los intereses políticos de unos pocos que solo buscan tapar carencias y un puñado de votos.