Desde este pasado miércoles el Reino Unido tiene nueva primera ministra, Theresa May, quien tiene por delante un arduo trabajo. Sin temor a equivocarnos podemos concluir que el más inmediato e importante es pilotar la salida de su país de la Unión Europea. Una misión harto compleja tanto por las repercusiones macroeconómicas como por la tremenda dosis de incertidumbre que presidirá todo el camino. Por ello parece razonable la petición de May, quien 20 días después del referéndum sobre el Brexit, pidió a los líderes europeos «tiempo» para preparar las negociaciones sobre la salida del Reino Unido de la UE en diferentes conversaciones telefónicas con la canciller alemana, Angela Merkel; el presidente francés, François Hollande, y el primer ministro irlandés, Enda Kenny. Sin embargo, a esta tregua, que como decimos resulta justa, hay que ponerle una fecha con el fin de evitar que se demore irremediablemente en el tiempo. Porque lo que es evidente es que este escenario de incertidumbre no ayuda ni a Europa ni al Reino Unido. Los británicos eligieron libremente y ahora, una y otra parte, deben hacer frente a sus consecuencias.