Pero... ¿qué está pasando?

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03 mar 2017 / 06:54 h - Actualizado: 03 mar 2017 / 07:22 h.
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Las declaraciones del eurodiputado polaco Janusz Korwin-Mikke en el pleno del Parlamento Europeo que se celebraba el pasado miércoles, tienen una importancia enorme más allá de la literalidad de lo que se dijo.

No hay que olvidar que este sujeto se sienta en el Parlamento Europeo porque miles de personas le han votado, porque parte de los polacos han querido que les represente ante el resto de los países que forman la Unión Europea. Ser eurodiputado no es un puesto de trabajo para el que te contratan porque tengas un historial laboral más o menos brillante. No, es un cargo representativo de parte de la población que elige de forma expresa a una persona. Y esto nos lleva a la primera de las preguntas importantes: ¿Hacia dónde va la Unión Europea? ¿Es esto lo que se quería conseguir? ¿Es signo de mayor libertad que un tipo diga una barbaridad y que, además, las consecuencias sean nulas? ¿Quieren la inmensa mayoría de los españoles o de los franceses discutir su futuro que personajes de esta ralea? ¿Debemos estar juntos unos y otros cuando no tenemos nada que ver?

La Unión Europea tiene un problema de identidad descomunal. Y, cuando el ciudadano no sabe qué se le ofrece, termina por mirar a otro lado con total desinterés. Cuando le dicen que una de las personas que gana un sueldo enorme –que pagamos con nuestros impuestos– se dedica a contestar a una eurodiputada que pedía aliviar las diferencias salariales entre hombres y mujeres, diciendo «¿Sabe usted qué papel ocupaban las mujeres en las Olimpiadas griegas? La primera mujer griega, ya se lo digo yo, estaba en el puesto 800. ¿Sabe usted cuántas mujeres hay entre los primeros 100 jugadores de ajedrez? Se lo diré: ninguno. Por supuesto que las mujeres deben ganar menos que los hombres. Porque son más débiles, más pequeñas, menos inteligentes, y por eso tienen que ganar menos»; cuando conocemos que este sujeto pone en duda el derecho a votar de las mujeres, no da credibilidad a las denuncias por violación de esas mismas mujeres y es un defensor a ultranza de la pena de muerte como herramienta de limpieza social o tacha de «basura humana» a los refugiados; no es extraño que veamos el proyecto europeo en la lejanía, difuminado y dependiendo de una frágil estabilidad que puede hacerse pedazos en cualquier momento.

Pero, además, lo que dijo Janusz Korwin-Mikke hace pensar en algo inquietante. ¿Decir algo así no tiene ninguna consecuencia? Porque no sería la primera vez que alguien se manifestara con menos agresividad contra un grupo concreto y ha tenido que dimitir, ha sido multado e incluso acusado de algún delito cercano a la discriminación, incitación al odio o algo similar. Parece que si lo que se dice tiene que ver con la mujer, no ocurre nada que no sea cierto revuelo en las redes sociales y en medios de comunicación.

Y lo peor de todo, las diferencias entre hombres y mujeres seguirán siendo las que son mientras los patanes que defienden estas ideas anden sueltos por el mundo. Es perturbador que existan datos para pensar que no son dos o tres individuos los que piensan así. Parece que son muchos y tienen posibilidades de colocar a sus líderes en puestos de importancia.

Comprobar que en las instituciones públicas hay sitio para personajes de esta calaña, debe servir para que todos los hombres y mujeres con derecho a voto comprendan que, el ejercicio de libertad y responsabilidad que supone elegir a los representantes políticos es mucho más importante que publicar miles de mensajes en internet. Porque lo importante es que en esas redes se pueda hablar de asuntos desde la seriedad, se pueda ir generando corrientes de opinión basadas en criterios sólidos y que la dignidad e igualdad de las personas dejen de ser noticia motivo de debate al estar aseguradas en todas las sociedades del mundo.