No sólo son culpables los líderes nacionalistas de lo que está pasando en Cataluña. El procés catalán se ha radicalizado rotundamente gracias a la intervención de dos líderes políticos que esconden ases en la manga, que intentan parecer lo que no son e intentan extender sus estrategias rupturistas con la propia democracia a todos los partidos políticos que se dejan. Creen que nuestro Estado de derecho debilitado es correlato de lo que sería su propia fortaleza.
¿Cómo es posible que un líder político que no ha denunciado públicamente el totalitarismo del Gobierno de Nicolás Maduro y la represión que sufre la oposición política, diga que en España tenemos presos políticos? Sólo hay una razón posible: la falta de altura política del sujeto y su incapacidad para interiorizar un sentido amplio de Estado.
A Pablo Iglesias siempre le ha podido su soberbia y le terminará destrozando la carrera política su afán por aprovechar cualquier momento de tensión para intentar arañar un puñado de votos al PSOE, para distorsionar la realidad y ofrecérsela a sus votantes en forma de yugo represor o para aparecer en las redes sociales como un gran salvador del pueblo español.
Es ridículo que un político que se ha entregado a la causa independentista hablase no hace mucho de patriotismo en más de una ocasión para parecer un estadista de gran altura. Nadie le creyó y, ahora, se constata que la palabrería de Pablo Iglesias es peligrosa, tramposa y tóxica.
El ridículo político de Puigdemont se empareja al de Iglesias en intensidad. Uno escapando del 3 por ciento. El otro forzando mociones de censura sin sentido, debates en las televisiones que buscan destruir al adversario sin construir nada de lo que se beneficie el conjunto de los ciudadanos, buscando apoyos imposibles de los que, afortunadamente, terminan manteniendo un comportamiento político razonable cuando llega la hora de la verdad. Y siempre con esa sombra que cae desde la duda, desde un resentimiento que nadie termina de comprender.
Si Pablo Iglesias tuviera un mínimo de decencia política tendría que decir a sus votantes la verdad: esta vez no se trata de ganar elecciones o de hacer tambalearse al presidente del Gobierno, esta vez se trata de salvaguardar la unidad nacional y el Estado de derecho. Pero, por el contrario, vuelve a cargar sobre el presidente del Gobierno y sobre la propia estructura democrática que sostiene a España estos últimos cuarenta años que son, por otra parte, los mejores de su historia.
Lo de Ada Colau es, sencillamente, vergonzoso. No puede calificarse su postura con otra palabra que no sea estafa.
Colau ha tratado de colocarse en un lugar equidistante cuando eso era imposible. Sin embargo, ha vendido esa idea desde el principio para tapar sus miserias políticas y para evitar que nadie recordase su procedencia desde las plataformas en las que participaba antes de convertirse, por arte de magia, en política profesional. Arrastró la que decía que era su posición por la senda ocupada por un pacto con Puigdemont al cederle la gestión de locales municipales. Así evitaba su responsabilidad personal y permitía la participación de los barceloneses en el referéndum. Mucho de valentía no parece que emane de su decisión aunque lo trate de adornar con ese celo que quiere mostrar respecto a la seguridad de los funcionarios. Y poco de altura política. Bien sabe Ada Colau que aludir al derecho a decidir en un referéndum sin garantías y permitir que así sea es una estafa absoluta.
Por si era poco se dejaba visitar por los alcaldes que tendrán que rendir cuentas frente a la justicia puesto que han cedido sus locales con fines secesionistas. Como si ella fuera una más, como si ella hubiera dado un paso al frente poniendo en juego su responsabilidad penal. Y, sin embargo, no pidió en su momento a Puigdemont que dejara de meter en problemas a todos los alcaldes que decidieron no colaborar en este disparate en el que se ha convertido el procés.
Ayer, en Zaragoza, aludía a proyectos compartidos con el PSOE para que el Gobierno reconozca naciones. Una clara invitación a la moción de censura que tanto obsesiona en Podemos y sus franquicias. Esperemos que Pedro Sánchez se mantenga en su sitio, haciendo esos movimientos políticos tan tibios y tan poco efectivos que sólo buscan un mejor resultado en las urnas, pero en su sitio. Y hay que esperarlo porque la compañía de Iglesias o Colau no parece la mejor. Desde luego, si pudieran, habrían destrozado al PSOE o lo habrían diluido como ya ha sucedido con Izquierda Unida. ~