El pacto de gobierno suscrito en Castilla-La Mancha entre uno de los barones socialistas más críticos con Podemos –García-Page– y el mismo partido morado, el primero de tal índole en España, ha levantado una auténtica ola de opiniones dispares en el seno de un PSOE que parece dividido hasta los restos. Uno de los polos de esta dicotomía florece en el sur, donde la vertiente andaluza socialista, la más fuerte y rearmada tras el Congreso regional de hace dos semanas, manifiesta por tierra, mar y aire su contrariedad a dar pasos en favor de una mezcolanza con la izquierda radical e incluso irreverente que representan las huestes de Pablo Iglesias. Si bien en Podemos Andalucía la opinión es compartida, en Madrid se respira un irremediable clima de próximo maridaje tras el verano, fecundado con la victoria de Sánchez en las primarias e incitado por el propio secretario de organización socialista, Ábalos, que ayer hablaba de «hipótesis de futuro» al ser cuestionado por un gobierno central conjunto. Los bandazos han vuelto a la cabina de mando del partido de la rosa tras el regreso de Sánchez y mal harían en Ferraz si se fijan en el dedo morado que señala a Moncloa aun con matemáticas adversas. Ahora que se perciben nuevos bríos –confirmados por el CIS–, sería de una torpeza supina tropezar con la misma piedra.