Una realidad dolorosa

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14 sep 2017 / 22:04 h - Actualizado: 15 sep 2017 / 09:04 h.
  • Una realidad dolorosa

Parte de la sociedad española está confundiendo, peligrosamente, lo que es un cachete con el maltrato a un menor. Al menos eso se puede llegar a pensar conociendo alguna sentencia de los tribunales de justicia.

No se puede defender la violencia como herramienta educativa, no puede ser que los padres se muestren violentos con los menores por cualquier causa. Esto es algo es indiscutible. Tanto como impedir que un padre o una madre puedan recurrir a un gesto para acabar con un conflicto generado por el menor y que puede derivar en situaciones violentas y peligrosas generadas por él mismo.

El pasado 25 de marzo, la Fiscal decana Delegada de Menores de Sevilla, en una entrevista concedida a este periódico, afirmaba que «hay niños que cometen errores y, algunos, muy graves. Lo que más nos preocupa es el maltrato en el ámbito familiar. El número de padres que vienen cada día hasta aquí para denunciar y pedir el ingreso de su hijo en un centro de internamiento es espeluznante. No se comprende qué está pasando para que los padres duerman con el cerrojo de la habitación echado (según nos dicen ellos mismos), para que los chicos destrocen la casa, se escapen... El nivel ha descendido un poquito, pero el 45 por ciento de los asuntos que se tratan en esta fiscalía tienen que ver con esto que te digo». Conociendo esto, resulta muy difícil para los ciudadanos entender cómo un juez de la Audiencia Provincial de Almería ha prohibido a un padre acercarse o comunicarse con su hija de quince años a menos de cien metros durante más de año y medio y, además, es condenado a siete meses de cárcel. Parece ser que el padre, durante una fuerte discusión con su hija, le propinó un par de bofetadas.

Llama la atención la sentencia aunque es mucho más llamativo que los menores, por su cuenta o asesorados por alguien de su entorno, denuncien situaciones que no se acercan, en principio, a lo que conocemos por maltrato.

El drama familiar que supone convivir con un menor capaz de causar problemas graves, que no acata una disciplina impuesta por sus progenitores en busca del bien del propio menor o que es violento con las cosas o con los familiares, es enorme. Si un padre en esas circunstancias, con mesura y sensatez, de forma proporcional al problema, no puede corregir a sus hijos por temor a que le condenen con la cárcel, este problema de maltrato en el ámbito familiar se irá haciendo más y más grande.

Parece que algunos jueces están de espaldas a una realidad dolorosa y preocupante que se vive en cientos de hogares españoles. Las leyes, como no podría ser de otro modo, hay que aplicarlas con rigor, pero con sensatez, colocando el sentido común en un lugar de privilegio.