La joven viuda del capitán Borja Aybar, madre de bebé –sin padre que lo bese y huérfano ya de aquel héroe que lo engendró– tiene tres dolores en su vientre. La terrible muerte de su marido, la incertidumbre y tristeza por el futuro de ese hijo y la constatación de que este mundo que los rodea a ella y a su pequeño es tan miserable como cruel. Y, lo peor, es así porque lo consentimos, lo auspiciamos, lo justificamos incluso bajo el paraguas de una mal llamada (ensuciada, violada) libertad de expresión. Y a esta joven madre, esposa y ahora herida mujer, apenas le queda una salida. Se llama patalear, aguantar, fastidiarse, unirse al grupo de la pareja de Víctor Barrio y a otras mujeres que entierran a sus maridos al compás de la burla. ¡Y no las consideramos mujeres maltratadas! Pues nada, a llorar para los adentros en silencio mientras te ofrecen un kleenex y la manoseada libertad de expresión en el mismo paquete al precio que te sirven ambientadores en un semáforo. Y a callar, que estamos hablando de la libertad de las personas para expresar su cachondeo por la muerte del hombre que amabas. Ni se te ocurra rechistar que estarás además violentando a los adalides del diálogo y la paz del mundo, a los justos, a los que garantizan la convivencia en este océano de dictaduras que se llama Europa.
Cuánto dolor sentirá la viuda del capitán Aybar cuando piense que su marido se dejó la sangre por defender la libertad de las personas, su derecho a vivir felices incluso vomitando contra él sus peores instintos en la redes sociales. Riéndose de uno de los hombres que dedicaban sus horas a garantizar esa libertad. Muerto en acto de servicio al país y a sus habitantes para que algunos de ellos usaran esa tranquilidad insultando a quienes garantizan su vida en paz.
La mujer que aguardaba con una sonrisa la llegada de su pareja a la Base Aérea de Los Llanos con su pequeño en brazos, al aguardo del beso y el amor, sufrió en sus carnes cómo tornaba la fiesta en duelo y se mudaba la sonrisa en un sepelio. La bandera de España que iba a ondear a los vientos sirvió al final para envolver el ataúd de un hombre de treinta y cuatro años que dedicaba su vida a defender y garantizar la libertad de personas como las que han reído su muerte.
Esta sociedad de las redes sociales es como el humo del Eurofighter que Borja pilotaba. Al principio deja una estela blanca, firme, inequívoca y poderosa, amplia y recta, potente e incluso vistosa. Una estela de poder y fuerza, de supuesta realidad. Pero llega la verdad del tiempo y ese humo se va diluyendo, desaparece porque realmente no era nada. Bueno sí, era humo. Era, por tanto, desecho. Era mierda.