Recuerdan cuando Antonio Mairena cantaba por tangos aquello de qué ganas tengo que llegue, el mes de los caracoles? Pues llegará el viernes. Junio suele ser un buen mes para casi todo, pero sobre todo para los caracoleros. No para los amantes al cante del gran Manolo Caracol, sino para los que no entendemos la vida sin los caracoles, esos moluscos gasterópodos provistos de una concha espiral que nos cambian la vida en estas fechas, de manera especial a los que vivimos solos y a veces no tenemos ganas de cocinar. Sales al bar de la esquina, te compras una tarrina de caracoles, una litrona y dos bollos, y le hablas de tú a Dios. Luego están las cabrillas y el caracol burgao, que son otra historia. Recuerdo cuando de niño asaba los burgaos en una candela y eran un bocado exquisito, sobre todo porque en Cuatro Vientos no conocíamos las cañaillas o las coquinas. Un guiso bien hecho de burgaos con arroz, es comida de dioses. Pero tiene que ser el de huerta o el que está en los olivos, no de criadero. Ese que sabe a la tierra en la que vives, duermes y amas.