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La agenda no la marca el terrorismo

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18 ago 2017 / 23:41 h - Actualizado: 18 ago 2017 / 23:41 h.

Como iba decidiendo, fue Inevitable ver el clásico Madrid-Barcelona en el Camp Nou, durante el puente de casi todas las vírgenes de este país, con devoción futbolística por los culés, e intentando hacer abstracción del juego turbio de algunos propietarios de los clubs, con el macro negocio de la pelota, y ahora con el comportamiento parece ser que ilícito de los ídolos fabricados, para consumo de una sociedad que los reclama así, forrados y afamados.

Decía el escritor Jose Luis Sampedro que el culto hispánico religioso, ha cedido a una fe, en la que los sacerdotes emergen desde una cavidad subterránea y ofician con el pie. Y hoy avanza trepidantemente ese modelo de futbol con algunos apellidos, de forma insolente hacia una guerra simbólica, donde no basta con ganar el partido, necesitan algunos conseguir las victorias de una forma determinada, como mencionó no pocas veces Emilio Butragueño. Pudiera parecer que estamos ante un lavadero de entramados y paquetes, que mueven hilos no solo económicos sino también políticos, de referentes sociales de dudosa catadura.

Fue ilustrativo, en esa primera vuelta de la Supercopa, ver ganar al equipo de la capital del reino con su crack merengue a la cabeza, y aunque han pasado horas y horas, incluso la revancha donde vencieron de nuevo a los azulgranas. Hubo una imagen obscena, que se nos clavó en la retina, fue insultante, impúdica, sexista, vomitiva, espeluznante, provocadora, sobre todo representativa de un modelo de hombre, y de sociedad, y es ese instante en que el dios terrenal mete el gol y se quita la camiseta, para enseñar su torso desnudo al Camp Nou, y a la parte del planeta que no tuviera nada mejor que hacer.

No fue una cuestión de júbilo, el insigne se limitó sin pensarlo a cumplir el mandato de su género, a exhibir el poder masculino, incrustado en ese cuerpo solo de fibras, sin un gramo de grasa, igual que los niños de cualquier Biafra, solo que a los pobres del mundo le cuesta la hambruna y la muerte, y a ese goleador ocho horas de mega gimnasio y de dieta de súper chef disecada. La puesta en escena de la supremacía de la ausencia de ética, y de estética del pseudo sancionado, también se retrató con el reverencial castigo: ¡Verás el próximo partido desde la grada! Y a pesar de su ego la vuelta se ganó sin él. Qué se puede esperar de alguien que tras declarar ante la justicia por presunto fraude fiscal escribe: Lo que incomoda a las personas es mi brillo. ¡Los insectos solo atacan a las lámparas que relucen! Cuidado con el oro, el incienso y la mirra...