La paz no es flor de un día

Image
Álvaro Romero @aromerobernal1
29 ene 2018 / 20:23 h - Actualizado: 29 ene 2018 / 20:24 h.
"Viéndolas venir"

Hoy, 30 de enero de un año cualquiera, se celebra el Día Mundial de la Paz, que como todos los días internacionales intenta subrayar un concepto que merecería la pena celebrar todo el año, pero cuya dificultad termina arrinconándolo a una sola jornada para que los niños se pinten las manos blancas y canten pacíficas canciones en el recreo. La Paz, así con mayúsculas, debería ser a estas alturas un valor transversal a todas las sociedades modernas; indiscutible, intrínseco, tácito, de cajón. Pero no. Más de veinte guerras en el mundo, aunque ninguna de ellas sea una guerra mundial, impiden que así sea, y no porque se empeñen los países pobres, incivilizados, incultos o bárbaros, sino, en muchos casos, porque les interesa a los países ricos, civilizados, cultos y democráticos. O sea, porque la hipocresía internacional impide que nos convirtamos en un mundo en paz.

Esto también hay que explicárselo a los niños, los adultos del futuro inmediato, para que no crezcan en la ingenuidad de que la paz es un concepto acabado y comprendan que se trata de una idea en eterna construcción, que depende de ellos mismos, o va a depender a la vuelta de la esquina. Hoy hace 70 años que mataron a Gandhi, aquel indio que consiguió a la postre la independencia de su país con el esfuerzo sobrehumano de no mover un músculo, demostrando así que la no violencia es el método más civilizado de la lucha moderna. Exactamente medio siglo después, en nuestra Sevilla, unos pistoleros de la anacrónica ETA mataron a dos concejales, Alberto y Ascen, porque la paz seguía siendo un pin para el 30 de enero y la guerra, el pan de cada día en distintas intensidades. Lo sigue siendo. Lo mejor que podría ocurrirle a nuestra sociedad es que la paz pudiese escribirse en minúscula de puro cotidiano; que la violencia, por principio, fuese un método inútil para todo; y que los niños se convenciesen de ello porque les diésemos motivos evidentes todos los días del año.

Hoy, 30 de enero de un año cualquiera, se celebra el Día Mundial de la Paz, que como todos los días internacionales intenta subrayar un concepto que merecería la pena celebrar todo el año, pero cuya dificultad termina arrinconándolo a una sola jornada para que los niños se pinten las manos blancas y canten pacíficas canciones en el recreo. La Paz, así con mayúsculas, debería ser a estas alturas un valor transversal a todas las sociedades modernas; indiscutible, intrínseco, tácito, de cajón. Pero no. Más de veinte guerras en el mundo, aunque ninguna de ellas sea una guerra mundial, impiden que así sea, y no porque se empeñen los países pobres, incivilizados, incultos o bárbaros, sino, en muchos casos, porque les interesa a los países ricos, civilizados, cultos y democráticos. O sea, porque la hipocresía internacional impide que nos convirtamos en un mundo en paz.

Esto también hay que explicárselo a los niños, los adultos del futuro inmediato, para que no crezcan en la ingenuidad de que la paz es un concepto acabado y comprendan que se trata de una idea en eterna construcción, que depende de ellos mismos, o va a depender a la vuelta de la esquina. Hoy hace 70 años que mataron a Gandhi, aquel indio que consiguió a la postre la independencia de su país con el esfuerzo sobrehumano de no mover un músculo, demostrando así que la no violencia es el método más civilizado de la lucha moderna. Exactamente medio siglo después, en nuestra Sevilla, unos pistoleros de la anacrónica ETA mataron a dos concejales, Alberto y Ascen, porque la paz seguía siendo un pin para el 30 de enero y la guerra, el pan de cada día en distintas intensidades. Lo sigue siendo. Lo mejor que podría ocurrirle a nuestra sociedad es que la paz pudiese escribirse en minúscula de puro cotidiano; que la violencia, por principio, fuese un método inútil para todo; y que los niños se convenciesen de ello porque les diésemos motivos evidentes todos los días del año. ~