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Necesito que vuelvas

No puedo reprocharte las lágrimas de agosto. Solo quiero que vuelvas, que no tardes más, que impidas de una vez que sigamos deshojando los meses sin ti

08 sep 2017 / 17:59 h - Actualizado: 10 sep 2017 / 08:16 h.
"Un paseo por Triana"
  • Necesito que vuelvas

¿Sabes, Padre? El corazón es un músculo muy chivato y el mío empieza a tener agujetas por tu ausencia. Duele. Aquel vacío de allí arriba en la Capilla –tu retablo ahora huérfano de pupilas que miran a lo alto– es tan grande que ni la inmensidad de la luz de la mujer que te tuvo dentro es capaz de aliviar tanto destierro.

No soy quien para cuestionarte los motivos por los que te has llevado este verano a José Manuel, al jovencísimo Álvaro hace unos días... No debo ni quiero preguntarte tampoco por la chica trianera que te decía lo guapo que tú eres en las redes sociales. No me sale reñirte, no puedo tenerlo en cuenta después de todo lo que sé que has hecho por mi casa. Sabes además que te basta mirarme para despojarme súbitamente de toda señal de fuerza, de orgullo, de malestar. Tus ojos son la cura de humildad más grande del mundo. Yo no puedo estar enfadado contigo. No sé hacerlo. Ni quiero.

No puedo reprocharte las lágrimas de agosto –hemos derramado muchas– porque Tú sabes lo que tus hijos han llorado por esas decisiones que forman parte de tus planes y que no podemos entender.

Solo quiero que vuelvas, que no tardes más, que impidas de una vez que sigamos deshojando los días de septiembre y miremos a octubre con ojos de ausencia. Ven pronto, Padre, regresa a una Triana que ya le ha preguntado a tu Madre cien veces por ti. O mil.

Que sepas que como cualquier madre, la tuya mira el reloj a cada suspiro como lo hacen aquellas que aguardan la llegada nocturna de la primera salida del hijo. Así mira la Esperanza el vacío de tu retablo. Inquieta y triste. Sola.

Necesito esta tarde tu mano en la piedra, Padre. Tú eres la respuesta a todas las preguntas que sólo encuentran la luz en la valentía de esa actitud –tan tuya– que nos enseña a levantarnos después de caer y sonreírle al mundo. Hoy no estoy para luces, Señor, porque me puede el peso del adiós de algunos hermanos y no te tengo para la caricia de tus ojos en mi alma. Hoy no. Por eso necesito que vuelvas. Me dirás que la Capitana está en la casa, que en su entrecejo está la solución, pero Ella siempre dice que aunque le hayamos regalado los honores, el timón lo llevas Tú. Necesitamos un rumbo, un cuaderno de bitácora, una decisión, una respuesta. Quiero saber cómo es la fuerza del mar que atravieso, las olas que amenazan este miedo a no tenerte. Quiero aliviar este frío, esta proa que titubea y mira al horizonte temiendo el naufragio. Necesito que vuelvas, Padre. Que regreses pronto a casa. Gánale pasos al destino como ganas pasos en la noche mágica, en esa Madrugá tuya. Te espero. Yo vivo en la duda. Tú... en Pureza.