El progreso es algo necesario para que el ser humano se pueda llegar a sentir realizado con el paso del tiempo. Es una obviedad que el progreso ha de ser bienvenido siempre. Pero no a cualquier precio. Sería un error que fuese utilizado como herramienta para que todo tuviera cabida en la sociedad actual. Eso convertiría el camino en una senda llena de trampas para las personas en las que se recortarían libertades y derechos.
Hace unos días, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, tal y como avanzamos en estas páginas, decía que no se puede considerar que Uber sea un servicio de la sociedad de la información (algo que la firma había manejado para eludir todas aquellas obligaciones que se les imponían a taxistas o similares), que Uber no es una plataforma que permite contactos entre profesionales y clientes, que Uber es una compañía dedicada al transporte de viajeros. Y esta sentencia puede ser la puerta de entrada a un mundo que se está estructurando sin que los gobiernos puedan regular con rapidez puesto que la velocidad de crucero en el mundo virtual es muy superior a la del mundo real.
La economía colaborativa está siendo un auténtico nido de relaciones laborales disfrazadas de una condición de autónomo que el trabajador, en realidad, no disfruta. En el caso de las empresas de distribución de comida, la figura de lo que, en esas entidades, llaman proveedor (conocidos como repartidores desde siempre y por la inmensa mayoría de la sociedad) parece ser que encierra una relación laboral clara en la que las condiciones de precariedad en la que se encuentran esos repartidores son demoledoras. El sindicato UGT así lo está denunciando.
El progreso no puede convertir las empresas en un eterno eufemismo que esconda desajustes laborales o una clara transgresión de los derechos de los trabajadores. Y esto es algo que se debe regular lo antes posible por parte de los Gobiernos de todo el mundo.