La primera vez que aquel señor extraordinario entró en su farmacia, se debió a una circunstancia fortuita. El hombre se sentía algo indispuesto y quería que le tomasen la tensión. Por aquel entonces, Manuel Pérez Fernández, hoy presidente del Colegio de Farmacéuticos de Sevilla, hacía ya tiempo que había conquistado la confianza suficiente entre la feligresía de San Marcos como para que lo llamasen Manolo: llevaba en la vieja plaza desde el año 84, cuando «aquello era Chinatown» y las jeringas no podían faltar en su establecimiento. Y sin embargo, para aquel señor con el que acabaría componiendo una amistad férrea, digna de fórmula magistral, y que para colmo era su tocayo, siempre sería don Manuel. «A partir de aquella vez, iba todos los días a tomarse la tensión. Y era muy gracioso, porque al final echaba un ratito en la farmacia, iba a por cambio, nos traía un café...», recuerda el farmacéutico. «Y cuando se hizo ya mayor, me pidió que lo ayudara a buscar una residencia para él y su mujer. No encontramos residencias mixtas en aquella época en Sevilla, ni podían estar juntos... Al final, él falleció. Pero días antes de morir se presentó en la farmacia y me dio un bastón de acebuche. Él vivía en San Jerónimo, venía diariamente en autobús y se bajaba en la Macarena. Su mujer había tenido un cáncer de mama y no tenían hijos, y le había prometido a la Virgen de la Esperanza que si su mujer se curaba le rezaría diariamente un rosario a la Macarena y otro a la Esperanza de Triana. Entonces, se bajaba en la Macarena, rezaba un rosario, se iba andando a la Esperanza de Triana, volvía... y fue así por lo que un día que se encontraba mal entró en la farmacia a tomarse la tensión. Volvió al día siguiente, y al siguiente, y así. Yo calculo que lo haría todos los días durante al menos quince años. Yo le tenía verdadero cariño. Venía conmigo a mi pueblo, Osuna, a comprar aceite... aquello fue una amistad tremenda. Además, se había quedado huérfano muy pronto, su familia lo había pasado mal siendo él niño y ya de joven; y luego, antes de acabar en FASA-Renault, había estado trabajando en Francia mucho tiempo... una historia. Y tenía un bastón de acebuche que era de su padre. Y entonces se presentó en la farmacia y me dijo: Don Manuel, vengo a traerle este bastón porque yo sé que usted lo va a guardar. Porque el día que yo me muera y se muera Conchita, mis sobrinas, cuando cojan el piso, lo van a vender y lo que no sirva para nada lo van a tirar, y yo no quiero que tiren el bastón de acebuche de mi padre. Y me lo dio».
Así que, habiendo comenzado así este relato, cabría preguntarse si en una entrevista con el presidente del Colegio de Farmacéuticos de Sevilla habría que hablar más de medicamentos o más de personas. Al final resulta que ambas cosas acaban siendo lo mismo para unos profesionales que humanizan la atención sanitaria haciendo del trato inmediato y cotidiano el elemento esencial de su dedicación. A Manuel Pérez esa vocación le llegó por la sangre. «Mi tío abuelo era farmacéutico, y tengo tíos farmacéuticos. Viví de cerca la farmacia y pensé que podía ser una buena opción debido a que me gustaban muchos las relaciones humanas, el tratar con pacientes...», explica. «Me gusta mucho la sanidad, pero no me terminaba de gustar la medicina. Entonces, decidí ser farmacéutico siguiendo la estela familiar». A su tío abuelo no lo llegó a conocer porque falleció muy pronto, pero él y las curiosidades más atractivas de su oficio estaban siempre presentes en las historias familiares. La farmacia de su tío estaba en Lantejuela. Ellos eran de Osuna, pero con diez años Manuel entró interno en Sevilla en el San Francisco de_Paula y ya enganchó con el bachillerato, la carrera y todo lo demás, haciéndose sevillano de pe a pa pese a que sigue yendo a Osuna con mucha frecuencia. Y sin embargo, pese al tiempo transcurrido y a la distancia, en su pituitaria siguen vivos los olores de aquella botica familiar con cuyos efluvios estaba aspirando él, sin darse cuenta, el amor por la profesión. «Había un olor en la farmacia que era característico; ese olor que era una mezcla entre yodo, productos químicos y demás, tan característico de las farmacias de la época. Olía más a laboratorio que a una farmacia actual. El olfato es uno de los sentidos evocadores, así que me acuerdo perfectamente de aquello. Recuerdo también atender a los pacientes con mucha cercanía en la farmacia del pueblo, y que veía la mesa llena de medicamentos y las cajitas y había que ordenarlas... Esos recuerdos para mí son muy importantes, y todos ellos influyeron mucho para que una persona joven decidiera estudiar farmacia».
Eran tiempos en que la gente se acercaba a las farmacias con cierta veneración. El farmacéutico inspiraba mucho respeto. «Ahora también», apunta. «Se producen muchos cambios de médico en la Seguridad Social, pero muy pocos en las farmacias. Nosotros hicimos un estudio casero, de andar por casa, de cuál era el período medio que un farmacéutico se llevaba en una farmacia, y salieron 30 años. Entonces, hemos pasado un poco del médico de cabecera al farmacéutico de cabecera, sin ánimo de molestar a nadie. Yo, por ejemplo, tengo una farmacia en la Plaza de San Marcos y llevo 32 años. Es toda la vida ahí; a los pacientes los conoces y los tratas con mucha familiaridad».
Las facultades siguen arrojando cada año promociones y mas promociones de graduados, y uno se pregunta si hay sitio en Sevilla para tanto farmacéutico. Sobre todo, cuando con las 400 farmacias de Sevilla y las 460 de la provincia parece estar todo ya cubierto, y cuando los laboratorios de análisis clínicos, que eran otra salida laboral clásica de este oficio, «hoy son una ruina y han desaparecido casi todas. La universalización de la Seguridad Social y la centralización de los análisis han hecho que cada vez sean más baratos, y claro, la competencia ha sido feroz. Antes había muchos laboratorios junto a las farmacias o dentro de ellas; ahora mismo no queda ya prácticamente ninguno». Con todo, hay otros caminos, dice el presidente: «Se están abriendo muchos campos, como trabajar de farmacéutico adjunto u otros campos sanitarios: el de la óptica, por ejemplo; el del consejo nutricional y la alimentación; la sanidad pública; la sanidad ambiental, la industria alimentaria, el campo de la veterinaria... el campo es muy amplio, porque la formación del farmacéutico es muy compleja».
Cuando se le pregunta por la política, Manuel Pérez se ajusta a una elegante neutralidad que solo matiza para defender los intereses de los de su gremio, a quienes representa. Por ejemplo, para abogar por «una farmacia marca España». O lo que es igual, defender el lugar de excepción que esta ocupa en el mundo por su cercanía, su trato y la disposición del profesional. «Y esto es algo que las leyes del mercado, las liberalizaciones y estas historias quieren cambiar. Nosotros luchamos para que no sea así, fundamentalmente en beneficio del paciente. Te pongo dos ejemplos: lo que hablábamos antes de los laboratorios de análisis. Antes, una persona tenía necesidad de un análisis y cualquier farmacia se lo podía hacer. Hoy día, para que una persona pueda hacerse una prueba analítica tiene que irse a un centro, guardar cola, pedir número y en algún caso desplazarse a mucha distancia de su domicilio. Y en la farmacia encuentra el medicamento que quiera que necesite, al mismo precio en cualquier farmacia de España, aunque esté en el pueblo más pequeño de la provincia, ya puede ser en El Madroño o en República Argentina. Eso es una garantía para el ciudadano. Y otro ejemplo que quiero poner es el de las gasolineras, que yo lo utilizo mucho. Cuando yo era pequeño y mi padre me traía a Sevilla al colegio interno, salíamos de Osuna, echaba gasolina, le limpiaban los cristales, le miraban la presión de las ruedas, etcétera. Hoy día están hasta las gasolineras low cost. Si a mí para poder hacer cualquier cosa me exigen una titulación de algo, ser manipulador de algo, ahora resulta que una persona va a una gasolinera, se tiene que poner el combustible uno solo sin saber dónde está el extintor ni dónde hay nada y puede ocurrir cualquier cosa. Únicamente es bueno para el precio. Y si va a una gasolinera autoservicio, usted tiene que guardar una cola porque hay quien está pagando otros artículos que necesite, pan, periódicos, bebidas, un juguete... Cuando la esencia de una gasolinera debería ser la gasolina. Y que me la pongan, porque yo no soy manipulador, me puedo manchar, me puedo equivocar de manguera... eso lo trae la liberalización, y contra eso estamos luchando porque queremos que el ciudadano siga teniendo la misma farmacia que tiene. A veces se nos dice que luchamos contra eso porque defendemos intereses: claro, nosotros no somos almas de la caridad ni somos una oenegé, mantenemos a nuestras familias con el trabajo diario de la farmacia. Lo que sí queremos es que ese trabajo siga desarrollándose con los parámetros actuales para que el ciudadano siga teniendo acceso a la farmacia de mayor calidad que hay en todo el mundo».
No es el único frente que su institución tiene abierto. «Tenemos varios problemas. El que le digo es latente, lleva muchos años; de vez en cuando hay modificaciones legales... Después tenemos problemas con las intervenciones de la administración desde el punto de vista económico. Ha habido bajadas de precio de medicamentos por decreto, ha habido exclusiones de medicamentos, reducción de márgenes de muchos medicamentos, impuestos paralelos a la venta de determinados medicamentos... Después están las famosas subastas de Andalucía, que nos están haciendo muchísimo daño desde un punto de vista económico. Tan es así que se ha acuñado últimamente un término que es el de las farmacias VEC, de viabilidad económica comprometida. Es alucinante que haya que andar subvencionando farmacias para que sigan abiertas, porque están en sitios con una facturación pequeña y si no es así no pueden seguir abiertas y esa población se quedaría desatendida. A mí me parece una auténtica barbaridad tener que andar subvencionando farmacias, cuando lo que hay que hacer es tomar medidas para que el gasto en medicamentos no crezca desorbitadamente, porque no interesa a nadie. Hay que cumplir unos parámetros, unas directrices europeas, pero con sentido común. Se ha bajado el precio de muchos medicamentos, hay impuestos especiales sobre la venta de algunos medicamentos que no tienen genérico. Las subastas han acabado con la gestión económica de las farmacias», comenta, por resumir algunos de los asuntos que más preocupan a la farmacia actual.
Otro podría ser el de traer al presente la imagen real del farmacéutico, para quien no tenga el gusto de conocerla. «España es el país de la leyenda negra, así que desde Antonio Pérez con Felipe II aquí siempre ha habido leyendas negras, ha habido muchos tópicos, y eso en cierto modo nos ha perjudicado. Pero nosotros hicimos el año 2014, precisamente para tomar conciencia de la realidad farmacéutica, un estudio muy bueno sobre la visión que tenía la población en general y la población que acudía a la farmacia sobre la farmacia y sobre el farmacéutico. Nos llevamos la gratísima sorpresa de que si la farmacia estaba bien valorada, el farmacéutico aún lo estaba más. Era la primera encuesta en la cual todo el mundo valoraba al farmacéutico por encima de la farmacia. Anteriormente, hace 32 años, la gente valoraba muy bien la farmacia y un poco peor al farmacéutico».
Cuando se le pregunta si los 3.100 colegiados sevillanos conforman alguna especie de grupo diferenciado, si la farmacia hispalense es distinta de las otras por algo, el presidente de la institución responde con una negativa de la que se siente especialmente orgulloso. Curioso para el profano, ya que todo gremio o grupo social que se precie querría siempre distinguirse, sobresalir por algo, despuntar de algún modo. Y sin embargo, el orgullo de los farmacéuticos, tal y como lo cuenta Manuel Pérez, estriba justo en lo contrario, que es lo que ha hecho fuerte y puntera la farmacia nacional. «La farmacia en España es muy homogénea, porque hay una ley básica de farmacia que no es básica en algunos aspectos, como el número de habitantes, pero todas las comunidades autónomas están en un ratio poblacional en torno a unos 2.000 habitantes más o menos, y eso hace que la farmacia, con la distribución por número de habitantes y por distancia, esté extendida por toda España y no haya ningún punto que presente una peculiaridad especial». Es una de las razones por las que este hombre recorre satisfecho, cuando las circunstancias se lo permiten, los campos de Osuna, adonde regresa frecuentemente. Siempre que sale a dar un paseo a pie por las tierras de su infancia, lleva con él un sencillo, preciado y antiguo bastón de acebuche.