El adiós de Padilla eclipsó a Morante

La apoteósica despedida del Ciclón jerezano ante sus paisanos se acabó convirtiendo en lo inesperado de una tarde para la que se había preparado otro guion más o menos premeditado

12 may 2018 / 23:29 h - Actualizado: 12 may 2018 / 23:36 h.
"Toros"
  • El diestro Juan José Padilla sale a hombros tras la tercera y última de abono de la Feria del Caballo. / Carrasco Ragel (Efe)
    El diestro Juan José Padilla sale a hombros tras la tercera y última de abono de la Feria del Caballo. / Carrasco Ragel (Efe)
  • José María Manzanares durante la corrida de ayer. / Carrasco Ragel (Efe)
    José María Manzanares durante la corrida de ayer. / Carrasco Ragel (Efe)

La expectación se había desbordado. El reclamo de Morante de la Puebla se notaba en bares, restaurantes, en el ambiente de los aledaños, en el fervor indisimulado de sus partidarios y hasta en el griterío aguardentoso de la brevísima tropa de antis que escogieron el fulgor de la fecha para su inevitable tabarra. Morante hizo honor a sí mismo saliendo al ruedo con unas pobladas patillas de torero arqueológico y una inmensa castañeta que completaban su terno de delanteras bordadas, inspirado en un capote de paseo de Manolo Vázquez. El torero de San Bernardo lo usó en su reaparición; el propio Morante el Domingo de Resurrección de 2017 y el nieto del maestro, que se anuncia con el mismo nombre, en su reciente debut de luces.

Su primer toro, un entipado colorao, no le permitió pasar de apuntes con el percal. Arreaba el aire y frustró el quite. Muy abrigado en las tablas, la faena comenzó a fluir por ayudados. Pero no hubo más. El animal echó el freno al pasar las rayas. Morante no se dio coba y se marchó por la espada. Tocaba esperar al quinto, el más feo del envío. Morante lo bordó en tres relámpagos con la capa y Aurelio, su picador, en un puyazo para enmarcar. El de La Puebla apuntó cosas, tiró líneas y puso cara de póquer. Había que remangarse, y Morante lo hizo en una faena de argumento interior e intensidad creciente que doblegó las asperezas del animal. La espada, ay, lo emborronó todo.

Unos mozos juncales entregaron una regalo a Padilla tras el paseo. Si era o no era la última corrida en el ruedo de su tierra no lo sabe ni él. Teatral y dueño de la escena, el jerezano se marchó a los medios para sentir a los suyos y, por fin, salió el toro. Ese primero, de preciosas hechuras, permitió al Ciclón sentirse artista con el capote. El bicho hacía surcos por el suelo de puro humillado. ¿Seguiría así en la muleta? Padilla lo brindó al paisanaje antes de emplearse en una faena que alcanzó su mejor cota por el lado izquierdo. Padilla se relajó por ese pitón, aprovechando una embestida más que potable que le sirvió para cortar una cariñosa oreja. Con el cuarto se renovaron las ganas de agradar. Animoso con la capa, vistoso y brillante en banderillas, el Pirata afrontó la lidia y muerte de su presunto último toro en Jerez siendo fiel a sí mismo. Brindó a sus padres. Antes les había entregado ese capotillo de San Martín de Porres que le ha acompañado en tantas plazas... Y se encendió la traca. Padilla se había vuelto a llevar la bola premiada, un toro que embistió como un tejón. El jerezano le hizo sus cosas y a la gente le gustó. Pues ya está. Para qué vamos a entrar en profundidades. El espadazo, fulminante y de libro, le puso en bandeja las orejas. La vuelta al ruedo fue un clamor.

Manzanares era la tercera pata del banco. Le tocó un toro, el tercero, que era un auténtico taco. Abrochado, de bonitas hechuras, tampoco andaba sobrado de motor. El alicantino se extendió en las probaturas sin terminar de encontrarse a gusto con las protestas de un animal que, ésa es la verdad, tampoco se comió a nadie. Con el sexto, un culipollo terciadito y con cierto carbón, se templó de capote y quiso estirarse con la muleta ante una embestida informal y desordenada con la que nunca estuvo a gusto. Lo mejor, el cañonazo final. La gente, a esas alturas, sólo andaba pendiente de sacar a hombros a Padilla.

Plaza de toros de Jerez

Ganado: Se lidiaron seis toros de Juan Pedro Domecq, desigualmente presentados. Noble y enclasado el primero; inválido el segundo; blando y protestón el tercero; bravo y boyante el cuarto; áspero el quinto; informal y con movilidad el sexto.

Matadores: Juan José Padilla, de teja y oro con remates negros, oreja y dos orejas.

Morante de la Puebla, de negro y oro con sedas de color, breves palmas y ovación tras aviso.

José María Manzanares, de violeta y azabache, silencio y oreja.

Incidencias: La plaza se llenó hasta la bandera en tarde soleada, fresca y muy ventosa.