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Guía cofrade (132): la siesta

22 abr 2017 / 09:31 h - Actualizado: 22 abr 2017 / 11:17 h.
"Cofradías","Guía cofrade"
  • Una joven ve pasar la cofradía de los Estudiantes desde la Catedral. / El Correo
    Una joven ve pasar la cofradía de los Estudiantes desde la Catedral. / El Correo

En la Semana Santa de Sevilla hay tres modalidades básicas de siesta, unas más evidentes que otras, pero todas ellas formando parte de la tradición del fenómeno cofradiero con la misma importancia que el resto de los elementos que lo componen: la siesta también está incluida entre los ritos de la religiosidad popular, e incluso tiene su nicho propio en la memoria de las gentes, que atesoran como parte de su herencia los recuerdos de cómo eran en su casa aquellas antiguas sobremesas en días de procesiones.

El primero de esos grupos lo integran los arrojados. Son incondicionales tempraneros y fogosos que cada día de la semana, sin importar los niveles de agotamiento, se echan a la calle una hora y media antes de que la primera cofradía ponga su cruz de guía en la puerta y cuando dan las cuatro de la tarde están repartidos por todos los poyetes, portales, aceras, bancos, gradas, repisas y otros accidentes geográficos disponibles del centro de la ciudad, hechos mixto y en algún caso, en los días de más calor, boqueando como barbos o con insondable expresión y la mirada apoyada en el infinito. Necesitan inevitablemente una parada biológica en su afán cofradiero, y para ello se apostan al refugio de una sombra en el recorrido de alguna cofradía.

Luego está la siesta de los bebés y los nazarenitos, que la duermen en la calle, con sus chupetes y sus tuniquitas, sentados en el carro o en brazos de sus abuelos. Para ellos, el mundo es otra cosa, pero ya en esas siestas primeras, respirando incienso y calle y capturando instantáneas de maderas y dorados, se empapan también de algún modo de sentimiento cofradiero. Por no hablar de las fotos.

Y por fin, están los veteranos que, después del bacalao, el gazpacho, las papas aliñás, las espinacas o lo que haya tocado, se plantan en el sofá a media luz y no se levantan para arreglarse hasta que Espartaco y Antonino se miden en duelo en la tele para ver quién de los dos muere crucificado. Mientras los niños de la casa se comen los nudillos de impaciencia (que sería el cuarto grupo).

El sueño, eterno camino hacia la memoria, ingrediente de toda pasión, bendice las sobremesas de la Semana Santa con su silencioso y amable rito de las tardes.