Los paraguas, ¿hacia arriba o hacia abajo?

Cabalgata 2018. La comitiva de los Reyes Magos desafió a los elementos y salió a su hora, repartiendo ilusión y varias toneladas de caramelos entre la multitud, pero el aguacero la sorprendió en Los Remedios

h - Actualizado: 06 ene 2018 / 14:02 h.
"Cabalgata de los Reyes Magos","Temas de portada","Noche de ilusión"
  • El desfile de carrozas fue seguido por la multitud. / Manuel Gómez
  • La jornada deparó imágenes curiosas de paraguas hacia arriba y paraguas hacia abajo, según el momento. / Jesús Barrera
    La jornada deparó imágenes curiosas de paraguas hacia arriba y paraguas hacia abajo, según el momento. / Jesús Barrera

La incertidumbre meteorológica es lo que tiene: no sabe uno si en la cabalgata de Reyes tiene que poner el paraguas boca arriba, para pescar cuantos más caramelos mejor, o boca abajo, dándole su correcta función al invento. Al final, las nubes se abstuvieron de aguar al menos la salida, y la comitiva pudo aparecer puntual –dentro del anunciado adelanto de hora, a las cuatro– de la Fábrica de Tabacos. A esa hora ya eran varios cientos los ansiosos espectadores que se arracimaban a lo largo de todo el recorrido, algunos de ellos calentando las articulaciones y afinando los reflejos como los porteros antes del lanzamiento de un penalty.

La sirena de los bomberos abre paso en medio de la muchedumbre, seguida de la policía nacional, a caballo y en lechera. Otro caballito, en este caso hinchable, se suelta de la manita de su dueño y galopa sobre el cielo encapotado. La gente deja escapar un murmullo que indica que la disposición para el asombro y la ilusión es total.

Apenas parpadea uno dos veces, y ya tiene delante una banda de música –hay que ver lo que gusta en Sevilla una banda de música– interpretando el Adeste fideles, y de inmediato ataca un ritmo marcial, que todo el mundo se pone a bailar cómicamente, emulando el paso de la oca y esas cosas que se aprendían en la mili. Más policía a caballo, como una veintena –hay que ver lo que gusta en Sevilla un policía a caballo– y ya están aquí, ¡por fin!, las carrozas.

A la cabeza, la de la Estrella de la Ilusión, comandada por Ana Pita y escoltada por una generosa compañía infantil de blanco. Lluvia de caramelos. Sigue la carroza Nacimiento, inspirada en la Basílica del Gran Poder, superpoblada –la carroza, no la basílica– de pastorcillos estilo Judea. Más caramelos: a este paso, se van a quedar sin existencias antes de llegar a María Auxiliadora. Viene Diosa Palas Atenea, con sus pequeños patricios romanos lanzando –¿lo adivinan?– más y más caramelos.

El periodista, que toma nota de todos estos fenómenos, recibe de pronto un caramelazo en la frente. Cuando se agacha a recoger el proyectil, a punto está de darse un cabezazo con una señora que se había inclinado con el mismo propósito. «Tenga, señora, quédeselo», dice el informador, que ha sido un poco más rápido. La señora rehúsa el obsequio, tal vez porque sabe que la gracia de la cabalgata está en coger los caramelos uno mismo, pero en cambio le pide si puede usar su teléfono, pues lleva un rato despistada de su hermana, que está con su hija en alguna parte. «¿Sabe el número?» «Naturalmente». «Pues adelante». Marca. Localiza a la hermana. Reproches. Suspiros. Geolocalización. Cuelgue. Gratitudes. Despedida cortés. Desaparición en la masa.

Seguimos con el recuento de carrozas. Un mundo de fantasía, que va de flores. El bosque animado, también de flores. Caramelos y más caramelos. No lo digo yo, lo grita la gente, que es insaciable: «¡Más caramelos! ¡Pelotitas! ¡Caramelos!». Y los que más gritan son los que tienen las bolsas más llenas, los paraguas más anchos boca arriba, los bolsillos a punto de explotar. Sí, la Cabalgata es también la fiesta de la avidez, pero también –fíjense en las repeticiones de ElCorreoTV en la expresión eufórica de quienes lanzan los regalos– la del placer de dar a manos llenas, hasta que uno tenga agujetas de dar.

Ya vamos por la carroza Egipto, que como su nombre indica va de faraones y nefertitis y esclavos con perfil en bajorrelieve y ojos pintados con khol, aunque todos bajan la avenida cantando villancicos flamencos –hay que ver lo que gusta en Sevilla un villancico– por tangos: «Ya vienen los Reyes Magos, ya vienen los Reyes Magos, caminito de Belén, olé y olé y Holanda....», mientras se siguen batiendo récords de derroche chuchero.

De pronto, todos reparamos en que la cabalgata va no ya lenta, sino que está parada desde hace al menos veinte minutos. ¿Ocurre algo? Sea como fuere, el periodista debe consignar lo que sucede a su alrededor. Por ejemplo, el lamento desenfadado de una esclava egipcia, herida en la cabeza por el fuego amigo –léase caramelo de los duros– de una compañera de carroza. Por ejemplo, el padre que pone a hacer pipí al niño en el árbol más próximo, aprovechando la tregua de los lanzamientos. Por ejemplo, el señor en silla de ruedas, a unos metros del paso de las carrozas, que lamenta que los caramelos no lleguen hasta él. Y guiris, muchos guiris, tirando de maletas, seguramente camino de Santa Justa o del aeropuerto, pero sin querer perderse el espectáculo de la cabalgata. Una banda –otra–, para impedir que el respetable se amuerme, se lanza a interpretar El caballo camina pa lante...

Veinticinco minutos de paro. ¿Qué hacer para que el tiempo se pase más deprisa? El periodista descubre que el envoltorio de los caramelos representa el escudo del Ateneo de Sevilla, entidad organizadora del desfile desde hace cien años, que curiosamente representa un sol que se pone o se levanta –imposible saberlo a simplevista– sobre un mar azul que debe de ser Matalascañas, El Rompido, Mazagón. Hay que ver lo que gusta en Sevilla una playa. Lee los ingredientes del caramelo, en cuatro idiomas: Azúcar, jarabe de glucosa, agua, harina de trigo (contiene gluten), almidón de maíz, grasas vegetales (palma), acidulantes: E-330, E-296... ¡La cabalgata se pone de nuevo en marcha!

«¡Que bote la gente!», corean desde la carroza Gran Visir. Más risas, cánticos y caramelos desde Golosinas, Tiovivo, Mil y una noches, Rey Melchor... «Imposible que lleguen hasta aquí. Los tiran de forma parabólica», cabecea una mujer, decepcionada con el escaso saldo de su pesca. «Ahora sí va esto a buen paso», comenta un avezado analista de desfiles. La tarde se ha puesto perfecta, ¡hasta brilla un poco el sol y todo, después de que hacia las 16.42 amenazara un levísimo chirimiri!

La película, Alicia en el país de las Maravillas, La fábrica, Cenicienta, Mago de la fantasía, Felicidades, Templo oriental, Mago de Oz, Caixafórum... El helicóptero de la policía nacional sobrevuela la cabalgata y la multitud lo celebra con vítores.

Alguien con mucha guasa había bautizado la cabalgata de este año como La valiente, habida cuenta del riesgo de precipitaciones anunciado en todos los partes. Parecía que podría librarse de la mojá, pero no fue así. A la altura de Los Remedios, empezó a caer la mundial. Hay que ver lo que gusta en Sevilla... No, no, en Sevilla la lluvia no gusta nada. Carrozas paradas y apagadas. Niños cubiertos con plásticos para impedir el enfriamiento. Banda de música impertérrita, tocando como si nada, con impermeables para todos, eso sí, pendón incluido. Paraguas hacia abajo. El único desfile que quedaba en marcha era el imprescindible de Lipasam, ese ejército naranja aplicado a fondo para que las suelas de los zapatos no sigan quedando mañana adheridas al asfalto por obra y gracia de las golosinas machacadas.

Fue la imagen un tanto triste y caótica que quedó como colofón de la Cabalgata 2018, aunque hay muchas más en los móviles, las redes sociales y la memoria de cuantos participaron en ella. El periodista se queda con dos: una, la de un niño que llora desconsolado porque se ha perdido de sus mayores, abrazado a una descomunal bolsa de regalos capturados y acumulados con avaricia. Otra, la de un hombre que, viendo que su hijita no pilla ni un caramelo, mete la mano en su bolsillo y deja caer uno a sus pies. Dos pruebas de que los verdaderos Reyes, ya es hora de decirlo alto y claro, son los padres.