Qué bien nos sienta ver una carroza nueva

Al sevillano le gusta que sus Majestades inviertan parné en modernizar sus vehículos y los engalanen cada año de forma diferente

h - Actualizado: 05 ene 2018 / 22:16 h.
"Cabalgata de los Reyes Magos","Una cabalgata centenaria"
  • Manuel Cabsarse desde la azotea. / José Luis Montero
    Manuel Cabsarse desde la azotea. / José Luis Montero
  • La nueva carroza del Círculo Mercantil sufrió un pequeño accidente que afectó a la Giralda. / M. Gómez
    La nueva carroza del Círculo Mercantil sufrió un pequeño accidente que afectó a la Giralda. / M. Gómez
  • El cine Méliès se coló en la Cabalgata. / Jesús Barrera
    El cine Méliès se coló en la Cabalgata. / Jesús Barrera
  • ‘Luchar con corazón’, una de las mejor recibidas ayer. / J. Barrera
    ‘Luchar con corazón’, una de las mejor recibidas ayer. / J. Barrera

El listón de la Cabalgata del Centenario de 2017 estaba muy alto. Y si la expectación en aquella ocasión era equivalente a la ilusión que generaba descubrir nada menos que 20 carrozas nuevas; ayer el número se reducía al nada desdeñable 13. Sin embargo, pensándolo bien, en Sevilla todo o casi todo escapa de lo fácilmente entendible. ¿Por qué vemos con pasión cada año la misma Semana Santa y queremos, en cambio, una Cabalgata prácticamente nueva en cualquier noche de Reyes conocida o por venir?

Se diría que las expectativas constituyen el principal acicate para que muchos –no nos engañaremos, para los más mayores– salgan a la calle–. «¿Este año cuáles son las nuevas?», era la pregunta que así, como en reguero, se escuchaba ayer en los aledaños de la Universidad de Sevilla a poco que se pusiera en sintonía las orejas con el parlanchino bullicio.

A los más menudos, los verdaderos protas de este festín de colores, en cambio, que Bob Esponja se haya subido a una carroza, que La Sirenita se haya bajado en esta ocasión y que, en su lugar, aparezca una Torre Sevilla con pinta de pionono y sonrisa de merengue les da como más igual. Para ellos las cuestiones verdaderamente trascendentes son otras: ¿Cuándo viene Melchor, Gaspar o Baltasar?

El Ateneo, consciente de que se la juega en estos detalles, ponía pronto ayer la primera de las nuevas en la calle, Un mundo de fantasía. «¡Mira, mira, esa es novedad!», decía uno. Y todos miraban como con más ahínco. «¿Es muy simple, ¿no?», decía otro más allá, un poco cenizo y como pidiendo a gritos que el Mago Tralalá le regalará una mijita de buen rollo. Llena de flores y de mariposas gigantes, era una de esas carrozas importantes que no necesitan tirar de iconos de ningún tipo para dar significado a todo el tinglado.

Luego llegaban las Mil y una noches, un palacio árabe con sus arcos, artesonado y mucho colorido que además, sirvió a última hora para que sus orientales moradores se mantuvieran a salvo de los cuatro chuzos que cayeron en la recogida. Estreno también era la antesala del monarca Melchor, muy a la altura de su alteza. La carroza de sus pajes, con plumeros –¡cuánto gusta en Sevilla un plumero!– y un gran camello presagiaba la primera caramelada gigante de la tarde, que propiciaba el rey de barba blanca siempre inaugurando la comitiva real en su trono barroco.

La Cabalgata de Sevilla no ha llegado –...todavía– al punto didáctico en el que se encuentran las de Madrid y Barcelona. Con todo, una carroza como La fábrica apunta maneras; toda una factoría tecnológica respetuosa con el medio ambiente. «Esto es lo que deberían hacer, aprovechar la Cabalgata para enseñar valores a los niños», opinaba Jacinto, un vecino de (sic) San Jacinto que venía con sus dos hijos. El único pero que se nos ocurre a su propuesta es que, conociendo la ciudad, todo quisque tendrá su propia opinión de cómo concienciar. Así que a lo mejor tal vez no sea mala idea del todo que la cabalgata siga apostando también por grandes carriolas como Cenicienta, que en este 2018, como quien no quiere la cosa, ha dado paso al castillo del príncipe donde destaca el reloj que marca las doce de la noche. Será quizá un brote verde aplicado, en lugar de a la economía, a la arquitectura cabalgatera.

«¿Y eso qué es, mamá?», planteaba a su progenitora una niña ojiplática ante la carroza 20. Eso era el edificio de Vázquez Consuegra, el CaixaForum, con su puñado de elementos tomados de las artes escénicas que cobija el nuevo espacio. «¿Te imaginas que hicieran carrozas de época, con la Bruja Avería o Pumuki ahí arriba?», se escuchaba a vuelapluma. Bueno... probablemente, a los niños y niñas de hoy la contemplación en la Cabalgata de esos personajes, o de los Aurones o de los Fraguel debería hacerles el mismo efecto que si colocásemos ahí arriba monigotes de Anaxímenes de Mileto o Parménides de Elea. Capaces serían de dejar plantadas a sus Majestades y pasarse a Papá Noel. Pero así, del tirón.

Otro camello, el de Gaspar, también coronaba la carroza de sus muy activos pajes. «Estos son como los ciriales que vienen antes de los pasos», explicaba en clara metáfora cofrade un padre a su paciente vástago. Lo cierto es que no se escapaba ni una carroza. Los sevillanos se lanzan a la calle con el programa de mano más aprendido que si fuera el del Domingo de Ramos con nubarrones.

Al muy hispalense trono Mercantil, 150 años con Sevilla, presidido por el escudo de la institución y hasta el Guadalquivir le pasó eso tan tradicional de perder el sombrerito. Aunque el sombrerito fuera en esta ocasión el Giraldillo y toda la planta superior de la Giralda que coronaba la carroza. El año que viene saldrá y aquí no ha pasado nada.

Sin duda, una de las más elogiadas y que debería de pasar ya al acervo iconográfico de la Cabalgata del Ateneo es la carroza 26, también de estreno, Luchar con corazón. En ella, un gran corazón llamaba la atención sobre la enfermedad del cáncer. Además, en la parte delantera un niño con cáncer y guantes de boxeo recordaba que se le puede ganar la batalla. En el recorrido, y al margen de las de los Reyes, era la que más demanda de caramelos recibía; incluidos aplausos, vítores y una empatía generalizada hacia sus menudos moradores. Un mundo accesible ponía sobre el tapete la necesidad de una ciudad también más adaptada a los niños; y en Viaje a la luna, la imborrable imagen cinematográfica del pionero Méliès, con el cohete incrustado en el satélite, llegaba con una legión de pequeños ataviados como astronautas. Lipasam jugaba la baza de la fantasía, reciclando y convirtiendo los desechos en juguetes y los Pajes del Rey Baltasar casi culminaban el desfile anticipando que lo mejor está por llegar. Y seguramente, cuando lean estas líneas, ya habrá llegado.