A cinco leguas de Sevilla

Una ruta basada en Cervantes y el Siglo de Oro recorre Castilblanco de los Arroyos para potenciar el conocimiento de su historia y de su patrimonio

25 may 2017 / 18:30 h - Actualizado: 25 may 2017 / 21:35 h.
"Historia"
  • Uno de los grupos que visitaron la ruta basada en Cervantes y el Siglo de Oro organizado por Castilblanco de los Arroyos. / F.J.D.
    Uno de los grupos que visitaron la ruta basada en Cervantes y el Siglo de Oro organizado por Castilblanco de los Arroyos. / F.J.D.
  • Parada del grupo en el centro cultural y hogar del pensionista. / F.J.D.
    Parada del grupo en el centro cultural y hogar del pensionista. / F.J.D.

«Cinco leguas de la ciudad de Sevilla, está un lugar que se llama Castilblanco». Así comienza la narración en Las dos doncellas, una de las Novelas Ejemplares de Cervantes. Ya entonces, el célebre escritor fijó su atención en la localidad, destacado lugar de paso en la Vía de la Plata y el Camino de Santiago. En ella inició la acción de la novela y, basándose en Cervantes, desde el Ayuntamiento se organizan las rutas A cinco leguas de Sevilla, para desentrañar la historia y la importancia de este enclave.

«Castilblanco no destaca por sus elementos patrimoniales, pero sí por su historia, que se remonta a la Edad Media», explica Laura Romero, promotora de las rutas desde la oficina de turismo. «La idea es rescatar la historia del pueblo a través de una ruta por sus calles, dejando que sean ellas las que la cuenten». El Siglo de Oro (XVI y XVII) centra la temática, por el florecimiento que experimentó el pueblo, a modo similar con el esplendor patrio en la cultura, las artes y la política. Con el Príncipe de los Ingenios al frente, las rutas ponen en relieve también la importancia de figuras históricas locales más allá del propio Cervantes: Alfonso XI, que recoge el nombre de Castilblanco en su libro de montería; Felipe V, que da pie a múltiples leyendas con sus visitas para cazar; o Cosme de Médicis. Fue este personaje quien, en una de sus visitas de paso a Santiago de Compostela, trajo consigo al pintor Pier María Baldi, quien fecha un grabado de 1669 que supone el primer documento gráfico local y el inicio de la ruta.

La pintura muestra el origen del pueblo medieval que ha perdurado hasta nuestros días, en el cerro de la Malena, con la torre atalaya y la ermita hoy desparecidas. Desde ahí, la ruta señala otros puntos destacados –y también desaparecidos– recogidos en el grabado, como la ermita de San Sebastián, la iglesia de Santa María Magdalena, el hospital de Santa Lucía o los dos cementerios sobre los que hoy en día se alza el caserío.

El desarrollo, el paso del tiempo y la acción de las tropas napoleónicas en la Guerra de la Independencia redujeron el patrimonio monumental. Pero no todo está desaparecido. La ruta, tras visitar los enclaves vacíos de monumentos –pero con la historia rebosando por sus esquinas–, se dirige hasta la parroquia del Divino Salvador, el único templo de la localidad. Recala en distintas fuentes y abrevaderos, como el Pilar Viejo, de tanta importancia para caminantes, viajeros y peregrinos.

El trazado de las calles o algunas de las antiguas casas castellanas que se conservan dan muestra también de la arquitectura heredada los siglos pasados y que también relata en sus muros la historia local. El edificio del Ayuntamiento, que mantiene ese aire aunque su interior esté reformado; o la antigua Casa del Diezmo eclesiástico o Cilla, ubicada en la calle Ancha, que aunque muy modificada conserva la fachada y ese estilo arquitectónico tan propio de Castilblanco de los Arroyos. Todo ello a lo largo de aproximadamente dos kilómetros y por un espacio de dos horas.

«Uno de sus muchos mesones que tiene» –como señala Cervantes– es el Mesón del Agua. En una época donde cualquier desplazamiento suponía varias jornadas de penoso camino, eran más que necesarios lugares para pernoctar al pie de las vías de comunicación. Por eso Castilblanco era célebre por sus mesones, con una calle que los recuerda, y uno de ellos aún en pie. Y el llantar y la pernocta que en ellos se ofrecía también han merecido un capítulo en estas rutas, donde los participantes han podido conocer su ubicación, sus características y los menús que ofrecían. Principalmente, a base de carne de caza –conejo, jabalí, venado–, y con recetas que en la actualidad perviven en la gastronomía local.

Sobre todo llama la atención «esa esencia de pueblo blanco y rural con usos muy tradicionales» que se han mantenido. Cuestión que resalta Francisco Fernández, quien conoce «de oídas de sus mayores» muchas de esas costumbres que, enraizadas con la historia, le han explicado. Como castilblanqueño e historiador del arte tenía interés por conocer más sobre su pueblo y su patrimonio, por lo que califica la actividad como «amena, divertida y con mucha vida».

Para la bibliotecaria de la localidad, María del Carmen Comesaña, la sorpresa ha sido conocer que existió un hospital. Igual que «me ha resultado muy curiosa la estructura de las viviendas, su arquitectura típica de muros anchos y pocas ventanas que aún se sigue manteniendo». Anima, sin duda, a participar «y conocer una historia que en gran parte no sabemos».

Apoyada en documentos gráficos, reconstrucciones y una explicación didáctica, esta guía contagia el interés por la historia a los reducidos grupos pioneros en la experiencia. Y la buena acogida de estas rutas ya abre la puerta a otras que continúen descubriendo la evolución del pueblo hasta la actualidad. Ante todo, explica Romero, «es necesario que los castilblanqueños conozcan su historia y valoren el patrimonio. De esta manera, es mucho más fácil concienciar de lo que se tiene y revalorizarlo de cara al exterior». Pero, sobre todo, «para conocer su importancia y querer mantenerlo».