«Aquí no tienes un sueldo fijo, pero estás en lo tuyo»

Los invernaderos han crecido este año un 24%, gracias a jóvenes como el palaciego José Manuel Vela, que ha hallado en los tomates un asidero laboral

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
17 dic 2017 / 22:10 h - Actualizado: 17 dic 2017 / 22:29 h.
"Agricultura","El campo y su agroindustria"
  • José Manuel Vela, junto a su padre, en el invernadero que le ha cedido el Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca. / Á.R.
    José Manuel Vela, junto a su padre, en el invernadero que le ha cedido el Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca. / Á.R.

Los datos sobre el aumento de cultivos en invernadero en la provincia de Sevilla son contundentes. Solo en 2017, han crecido un 24 por ciento, gracias especialmente a municipios como Los Palacios y Villafranca (que pasa de 134 hectáreas a 143) y Lebrija (de 75 a 85 hectáreas cultivadas). También destacan, aunque en menor medida, pueblos como Utrera, El Cuervo, Aznalcázar, Las Cabezas de San Juan o Alcalá de Guadaíra, y es que solo los términos municipales de estas localidades mencionados suponen el 80 por ciento de la superficie de cultivos protegidos, según el último informe cartográfico elaborado por la Consejería de Agricultura, Pesca y Desarrollo Rural del Gobierno andaluz, que destaca la provincia de Sevilla por este aumento tan significativo y la de Cádiz por mantenerse estable, al margen de que en Andalucía oriental (especialmente la provincia de Almería, aunque también Granada y Málaga) los invernaderos han aumentado un 10 por ciento en los últimos 15 años. Solo en los invernaderos de las provincias más orientales de nuestra región, se produce el 80 por ciento del pepino, el calabacín y la berenjena de todo el país, o más del 70 por ciento del total de tomate que se cultiva en España.

En el pueblo más destacado en este sentido de la provincia de Sevilla, Los Palacios y Villafranca, tan célebre por su tomate, muchos jóvenes apeados forzosamente del sector de la construcción han vuelto a los invernaderos que, dos o tres décadas antes de la crisis, comenzaron a instalar sus padres, ya jubilados en su mayoría. José Jiménez, de 41 años, es uno de ellos. «Me llevé más de 15 años en los albañiles, hasta que me quedé en el paro», recuerda este padre de tres hijos. «Y me costó volver al campo, porque yo me había ido huyendo porque había visto a mis padres toda la vida en él y no quería hacer lo mismo». Pero el caso es que ahora no le va del todo mal. Dos de sus primos pueden contar experiencias parecidas.

José Manuel Vela, por su parte, con 33 años y dos hijos, se entusiasma con sus dos invernaderos de 1.500 metros cuadrados cada uno, cedidos por el Ayuntamiento en los terrenos municipales de El Palmar, a tres kilómetros del núcleo urbano en dirección al parque periurbano de La Corchuela. «3.000 metros dan para llevar una casa», asegura, mientras recorre con su padre uno de los dos invernaderos en el que las matas de tomate le llegan ya al pecho. El otro lo acaba de sembrar. «Pero esto tiene mucho trabajo», insiste mientras ata guitas desde la mata hasta un alambre del techo. «Aquí no hay horario ni un sueldo fijo, y dependes mucho de la suerte y del tiempo, pero por lo menos estás en lo tuyo y no tienes que trabajarle a nadie», dice. Su padre, experimentado agricultor, aunque también trabajó en la construcción, asiente mientras lo escucha, y añade: «Pero hay que valer y tener constancia, porque como nadie te manda, hay gente que no vale y termina arrancándolo todo», advierte este veterano.

José Manuel empezó a trabajar como encofrador de obras a los 17 años. «Yo era un niño», recuerda, «pero con 1.800 euros en el bolsillo a final de mes es uno el rey del mambo». Hasta que llegó la crisis. En 2014, en el colmo de su desesperación, accedió a uno de los 50 invernaderos que había cedido el Ayuntamiento de su pueblo a quienes lo quisieran ocupar al módico precio por alquiler de 200 euros anuales. «Con ese dinero se paga el agua, exclusivamente, no da para más; el Ayuntamiento no coge nada, pero al menos pone en uso estas tierras que estaban abandonadas», explica el concejal de Agricultura, Jesús Condán (IU), que recuerda que, hace seis años, la deuda por el riego de estas parcelas municipales rondaba los 100.000 euros. «Y ya está pagada», dice. «Pero aquí no había más que las estructuras», advierte José Manuel, y añade: «Tuvimos que invertir más de 12.000 euros entre los dos invernaderos para que esto, por donde atravesaban los mulos, empezara a producir». «Y ahora que ya funciona, hay incluso quienes están diciendo que nos salgamos. ¡Claro, ahora es muy fácil trabajar aquí!», tercia su padre.

En estos tres años, José Manuel ha tenido campañas mejores y peores. «El año pasado me pagaron una media de 42 céntimos por kilo de tomate; salvado, pero no para hacerte rico», explica. Ahora lleva su género a Merca Sevilla, «porque pagan algo más que las cooperativas de aquí».

«Yo vengo con mi hija»

Otro de los invernaderos municipales palaciegos lo regenta Mari Carmen Jiménez, 36 años, camarera desde los 17. «Todo surgió porque me quedé parada, estaba estudiando hostelería en Sevilla y algo tenía que hacer, así que cogí esto con la ayuda de mi padre y mi hermano y me puse a sembrar melones, patatas y alcachofas, que tienen menos trabajo que el tomate», explica. Su intención es convertirse en profesora de Secundaria, «pero no dejar el invernadero del todo, porque me relaja y es un trabajo en el que puedes conversar contigo misma», dice esta chica que, cuando va a vender su género a los mercados, ve cómo los otros agricultores se dirigen a su padre. «¿Viene tu hija contigo?», le preguntan. «No, soy yo el que vengo acompañando a mi hija», contesta siempre él.