Los herederos de Machado

El talento social de los bomberos de Lesbos o Apdha ganaron la partida en un Día de la Provincia, donde Alfonso Guerra mostró la oratoria más afilada contra los nacionalistas

Iñaki Alonso @alonsopons /
24 may 2018 / 00:31 h - Actualizado: 24 may 2018 / 08:18 h.
"Diputación","Día de la Provincia","Fernando Rodríguez Villalobos"
  • Vista general del acto de entrega de los premios conmemorativos del Día de la Provincia 2018. / El Correo
    Vista general del acto de entrega de los premios conmemorativos del Día de la Provincia 2018. / El Correo

El Día de la Provincia se impregnó de reivindicación y lo hizo a través de los versos de un ilustre sevillano, Antonio Machado, y de la fuerza social del sur que rezumaba en un elenco de premiados que no son de cartón piedra, sino que se enfangan y se mojan para salvar vidas en Lesbos; hacer lo imposible realidad a través de un laboratorio; o socorren a los pisoteados por una enfermedad tan devastadora como el cáncer o por la tiranía del poder establecido. El talento social brilló mucho más que el discurso político. Y eso que, en el atril, como representante de los premiados, estaba como orador Alfonso Guerra, presentado como «el mejor político del último siglo» –según la presidenta de la Junta, Susana Díaz– y elegido hijo predilecto de la provincia, y que aprovechó para, como ya defendiera «el texto que enterrara la hostilidad» –la Constitución aún vigente–, cargar contra los nacionalismos que rompen España, encumbrando a Quim Torra a la categoría de «personajes indigeribles por la democracia» como «Donald Trump, Nicolás Maduro, Vladimir Putin, Kim Jong Un o Viktor Orban». Todos ellos, según Guerra –y ante la voz de sorpresa de los presentes–, definidos como «tiranos legitimados por las urnas para ejercer la destrucción».

Era Guerra en estado puro, el mismo que releía a Machado mientras peleaba en la clandestinidad por un futuro sin dictadura y que después alcanzara el poder siendo el que liderara, y así lo recordó por tres ocasiones, por once ocasiones la lista de la candidatura mayoritaria en cada elección que se sometía al dictamen de las urnas en la provincia. Un registro inmaculado que, indicó sin rubor, está convencido de que le llevó a ser ayer uno de los altavoces del elenco de embajadores del talento de la provincia y obtener un galardón que comparte con, y así lo citó con un arreón de orgullo, «Ramón Carande o Plácido Fernández Viagas».

El otro altavoz fue la reina de las mañanas, Ana Rosa Quintana, que se puso delante de las cámaras para reivindicar, sin dobleces, que se puede ser de Madrid y sentirse sevillana, gracias a su marido Juan, con el que se casó en Bollullos de la Mitación; sus hijos, bautizados en Santa Ana o la veintena de miembros de una familia que solo es política en el apellido, no en los sentimientos. «Siempre he mirado al sur y ahora pertenezco al sur», afirmó al nueva hija adoptiva de la provincia, que también aireó, como Guerra, la bandera de España frente a la «supremacía» que pretenden ejercer los nacionalismos.

Guerra y Quintana introdujeron la salsa reivindicativa. Pero los aplausos a romper se lo llevaron otros. Como Enrique Priego, el cura de Pedrera que permitió apaciguar a un pueblo «lleno de ira» y que le acompañó, en autobuses, a la recogida de la medalla de la provincia. Una ovación que se llevó casi los mismos decibelios que la recibida por la doctora Ana Mª Álvarez, «una hada» salvadora de tantos niños que pasaron por el cáncer y que encontraron en su esfuerzo una luz al final del túnel. Las preseas de la provincia también las recibieron el que fuera juez del fútbol –y quien sabe si futuro candidato a la Alcaldía de Tomares– Luis Medina Cantalejo; el pintor del Guadalquivir desde su orilla de San Juan, Ricardo Suárez; o el pianista lebrijano David Peña Dorantes. A este último, no le hicieron falta las palabras para elevar ese sentido de pertenencia. Solo hizo falta su Orobroy, un grupo de una veintena de niños cantores para estremecer al auditorio. Después, lograron algo inédito: que un himno de Andalucía, que siempre es cantado al unísono y a viva voz, fue casi emitido a murmullos para dejar que estas voces blancas hicieran ondear la blanca y verde con sus cuerdas musicales.

Antes, ya hubo música celestial para todo el que soñara con la humanidad. Como la de José Enrique Fraile, uno de los tres bomberos de Lesbos que, antes de volver a ese mar que separa la tierra de la miseria de la tierra de las limosnas –Guerra dixit–, recibirá la mención de la provincia y el reconocimiento, una semana después, de la capital hispalense. «Sevilla es solidaria, es nuestra cultura». Una frase que bien podría haber enmarcado Machado.

La mención especial a estos héroes fue el inicio de una gala de lo social, donde los protagonistas fueron la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (Apdha), que ha sido la defensora de las injusticias sociales en la provincia; o la Asociación de Enfermedades Renales Alcer Giralda, que en sus inicios facilitaban máquinas de diálisis pero que con el tiempo fueron los más reivindicativos a la hora de fomentar la donación para salvar vidas.

El escenario parecía una radiografía de la provincia. Y no podía faltar la vanguardia de la investigación de Cabimer, un centro de la Cartuja clave para el futuro de la medicina y que recibió una placa de honor como los anteriores. O el ingenio empresarial de los hermanos Rodríguez, que han convertido a las fresas mezcladas con ginebra en oro líquido desde el barco de Puerto de Indias.

Pero sin duda, el pellizco más hondo llegó con Los Romeros de la Puebla. Tras medio siglo subiéndose a escenarios, parecían como juveniles al recibir el tributo de su provincia. Y, en esas, también de la presidenta de la Junta, Susana Díaz, que sin decirlo abiertamente –salvo un lapsus– admitió que bien se habrían merecido meses atrás la medalla de Andalucía, como reclamaba todo el pueblo cigarrero.

Díaz, para no romper el marchamo de la ceremonia, cerró el Día de la Provincia versionando a Machado. «Mi infancia son recuerdos de un barrio de Sevilla». Triana, para el que no lo supiera los orígenes de la presidenta, que aprovechó el atril para reivindicar una segunda modernización para Andalucía y para reivindicar el talento y el amor por la provincia.

Pero, en eso de reivindicaciones, nadie gana al maestro de ceremonias, el presidente de la Diputación, Fernando Rodríguez Villalobos. Sin alejarse del 23-M, volvió a airear la bandera del municipalismo. Primero, reclamando al Ministerio de Hacienda que ponga fin al corsé que limita las posibilidades de invertir a unos pueblos saneados. «Si llevamos tanto tiempo reclamando una financiación justa no se por capricho, ni por ser porculeros», reclamó, no sin antes advertir que no quiere que su provincia sufra lo de otras: la despoblación del mundo rural. Tras esas reivindicaciones, su mirada fue hacia los premiados y su capacidad para asombrar. Y señaló que, pese a esa capacidad, es fundamental no caer en la autocomplacencia. Porque, como diría Machado. «nunca perdamos contacto con el suelo porque solo así tendremos una idea aproximada de nuestra estatura».