Aznalcázar de Santiago

La fiesta del Apóstol en esta localidad sevillana está reconocida de Interés Turístico de Andalucía

25 jul 2017 / 06:57 h - Actualizado: 25 jul 2017 / 06:57 h.
  • Imagen de Santiago Apóstol saliendo de la Parroquia de San Pablo de Aznalcázar. / El Correo
    Imagen de Santiago Apóstol saliendo de la Parroquia de San Pablo de Aznalcázar. / El Correo

En 1799 el Papa Pío VI emitió un Breve concediendo indulgencias plenarias a quienes rezasen ante la imagen de Santiago de la villa de Aznalcázar durante la víspera y festividad del Apóstol. La Iglesia Universal ratificó así la devoción santiaguista que este pequeño pueblo sevillano profesaba desde la Edad Media, pues, aunque no hay constancia de su origen, sí se conocen datos que acreditan la existencia en los albores del siglo XVI de un arrabal consolidado en torno a la ermita dedicada al Santo. Al poco tiempo, la archidiócesis sevillana se sumaba al reconocimiento pontifical significando de manera especial a la imagen de Nuestra Señora de las Angustias, que desde entonces se incorporó al cortejo procesional revistiéndose con los atributos gloriosos acordes a la ocasión. En aquella época, en la que las indulgencias marcaban la vida religiosa, este hecho tuvo una gran trascendencia, ya que el Breve era anualmente publicado en las parroquias de la comarca y de Sevilla, lo que permite suponer un cierto movimiento de peregrinaciones del que no han quedado mayores reseñas.

Los documentos conservados nos hablan del esplendor que el pueblo reservaba de manera ininterrumpida para la fecha del 25 de julio durante los siglos XVIII y XIX, aunque en esta última centuria se produjesen contadas excepciones, que llevaron incluso a trasladar la festividad del Apóstol Santiago hasta el 15 de agosto. La importancia devocional que adquirió la hermandad entonces quedó reflejada en un ajuar, que entre otros objetos se completaba con la saya y los pendientes donados por la reina Isabel II que lucía la Santísima Virgen. Al inicio del siglo XX, el popular Padre Colchero introdujo la revolución estética que vivía la Semana Santa de Sevilla, apareciendo figuras tan trascendentales como Juan Francisco Muñoz y Pabón, quien dedicó algunas cantatas a Nuestra Señora de las Angustias, y Juan Manuel Rodríguez Ojeda, cuya creatividad tuvo su reflejo en la renovación de la corona de la Virgen, en el encargo de unos nuevos candelabros delanteros inspirados en los creados por el artista para la Macarena y, por último, en la ejecución en 1926 del majestuoso y característico manto azul bordado en oro.

Sin embargo, la tragedia aguardaba a la vuelta de la esquina y así la destrucción de las imágenes titulares durante el incendio de la Parroquia de San Pablo en 1932 parecía poner el punto final a esta historia de esplendores. Afortunadamente, los angustiaos (como así se denominan en la dualidad mariana que divide al pueblo a los devotos de la Virgen de las Angustias) supieron renacer de sus cenizas encomiando tan noble labor a D. Antonio Castillo Lastrucci. El maestro condensó todo su talento en la imagen de Santiago, tallando un grupo escultórico definido por el extraordinario movimiento que otorga a la obra toda la expresividad enérgica de la escena representada. La figura del Apóstol a lomos de su blanco corcel aúna en su composición la influencia de la pintura y la plasticidad susillesca de aquellos primeros relieves del artista.

Como cada 25 de julio, Aznalcázar se reencuentra con su historia en la celebración de una función centenaria, que en torno a la devoción hacia Santiago el pueblo expresa sus emociones, sentimientos y su identidad social, recogiendo en gran parte la herencia cultural transmitida a lo largo de las generaciones. De este modo, la solemnidad de la llamada Misa Mayor de la mañana viene a perpetuar la tradición litúrgica de la ceremonia religiosa cantada, que alcanzó aquí su máximo apogeo a principios del siglo XX con los cánticos de los sochantres de la Catedral de Sevilla, cuyos ecos aún resuenan en composiciones propias de la hermandad, como el pequeño himno cantado durante el ofertorio, que evoca al Apóstol en la Batalla de Clavijo.

Cuando en la lejanía de la vega del Guadiamar el sol comienza a ponerse, se inicia la procesión de las imágenes de Santiago y la Virgen de las Angustias. La salida supone una de las vivencias más intensas de la fiesta al desbordarse los sentimientos contenidos durante un año de espera y las añoranzas, que en este marcado día de regresos y reencuentros, invaden a los aznalcaceños en la distancia. El valioso patrimonio artístico de los pasos, la decoración de las calles, la música y el ambiente popular se convierten en autores de escenas imborrables en la memoria del visitante y ofrecen imágenes tan evocadoras como la sombra de la figura del Apóstol caballero proyectada sobre la fachada mudéjar de la iglesia, metáfora única de la reconquista de estas tierras.

Teología, historia, devoción y cultura convierten las fiestas aznalcaceñas de Santiago en una muestra excelente del patrimonio cultural inmaterial andaluz y máxima expresión de la religiosidad popular asociada a un amplio conjunto patrimonial de carácter material: imaginería, artes suntuarias, ornamentación efímera, arquitectura y el paisaje local como escenario insuperable, donde cada año vuelve a rememorarse este ceremonial, tal y como lo ha concebido el pueblo a lo largo de su propia vida. Es indudable, por lo tanto, la categoría cultural que esta conmemoración posee debido a su profundo arraigo en Aznalcázar, localidad que ha manifestado su fervor a Santiago a través de un rito vivo como vínculo entre su pasado y su futuro en un presente, que ha logrado ser reconocido como Fiesta de Interés Turístico de Andalucía.