Chuperreteos de dromedario

Reserva natural. Sobre los terrenos de una antigua mina de cobre, El Castillo de las Guardas ofrece una divertida experiencia de contacto con animales exóticos

11 feb 2017 / 08:05 h - Actualizado: 11 feb 2017 / 08:06 h.
"Zoológicos, entre el ocio y la didáctica"
  • Un visitante ofrece desde su coche –sin fiarse del todo– una zanahoria a uno de los dromedarios de la reserva. / Berta Márquez
    Un visitante ofrece desde su coche –sin fiarse del todo– una zanahoria a uno de los dromedarios de la reserva. / Berta Márquez
  • Decoración de una de las construcciones del recinto. / A.M.B.
    Decoración de una de las construcciones del recinto. / A.M.B.
  • Elefantes asiáticos, uno de los atractivos de la visita. / A.M.B.
    Elefantes asiáticos, uno de los atractivos de la visita. / A.M.B.

Los más quejosos dirán que lo salvaje empieza ya en la puerta: 24,5 euros por cabeza, los adultos; 18,5, los niños. Así que el día de simulacro de safari le sale a una familia ibérica media por alrededor de cien pavos –animal de bolsillo en peligro de extinción a poco que no remonte la crisis–. A cambio, echar el día en la Reserva Natural de El Castillo de las Guardas garantiza una divertida y algo intrépida experiencia de contacto con la fauna exótica. Aunque solo sea una vez, sin duda hay que ir a pasearse por la geografía abrupta y estrambótica de esta vieja mina de cobre que lo pone todo a huevo –más terminología zoológica– para vivir la ficción de una aventura por el África misteriosa y sus arrabales. Una vez dentro, comprende uno el precio de la entrada: nada más que en verduras para dar de cenar a toda la patulea de rumiantes y demás elenco, ahí se va un dineral todas las noches.

Aunque conviene aclarar que el visitante, aparte de con el precio de las entradas, tiende a participar en la tarea de alimentar a los más de mil ejemplares de las alrededor de cien especies que se reparten el territorio. Lo hace, básicamente, dándoles zanahorias, que para eso en la entrada las venden en bolsas a unos cuatro euros. Pero nadie prohíbe –al menos, no hay cartel que lo indique– que uno se lleve de casa su propio porte de zanahorias o, ya puestos, puerros, berzas, nabos, coliflores, manzanas golden o reineta, berenjenas y demás surtidos verduleros, que serán papeados sin contemplaciones por toda clase de cuadrúpedos y bípedos que están aguardando precisamente eso a lo largo del serpenteante camino.

El planteamiento del asunto es el siguiente: independientemente del espectáculo de rapaces y el de los leones marinos, el plato fuerte de la visita es el recorrido por el circuito de la reserva natural propiamente dicha. Se puede hacer en un trenecito neumático, a determinadas horas (7,50 por persona), o bien completar en el propio coche de uno esta ruta a lo largo de la cual podrá parar y apearse en tres miradores. En caso de optar por esta segunda modalidad, asegúrese el visitante de llevar gasolina suficiente porque será alrededor de una hora y media en primera y en segunda. El camino no es complicado. Lo complicado es quitarse de encima a los guanacos. Los guanacos son una mezcla de alpaca y llama que te miran con la mismísima cara con la que el popular presentador Joe Rígoli –para quien lo conociera– miraba a sus concursantes en la tele, y que aparecen de trecho en trecho para reprocharle a uno su planteamiento en el reparto de víveres. Quien dice los guanacos, dice los dromedarios, que no dudan en meterte el cabezón por la ventanilla, zamparse las zanahorias, el ambientador de pino del retrovisor y la estampa del Padre Tarín del parasol, y con un poco de suerte te rechupetean la ventanilla y está por ver si no habrá alguno que se ofrezca a cambiarte el aceite y mirarte las ruedas a cambio del bocata de mortadela. Porque al pan tampoco le hacen ascos, independientemente de que se les ofrezca o no.

Peligro, las cebras muerden, rezan los carteles, creando una interesante aprensión tipo Parque Jurásico. Dice la web del lugar que «los animales se le acercarán cariñosamente». Lo mismo no sería ese el adverbio, porque el cariño verdadero, como dejó claro Manolo Escobar, ni se compra ni se vende. Se acercan a merendar. Bisontes americanos, chimpancés, elefantes asiáticos, lobos, rinocerontes, hipopótamos, jirafas, búfalos watusis, emús para aburrir, guanacos a punta pala... hacen del recorrido un paseo espectacular tanto en coche como en el trenecito. Si aprovecha y además va uno a ver el espectáculos de los leones marinos, tendrá la oportunidad de hacerse –previo pago– una foto con uno de ellos e inmortalizar su mueca de olor a pescado. Refrescos, actividades diversas, comida, tienda y hasta alojamientos completan una propuesta muy recomendable.